Tengo una tradición por esta época del año: recopilar en un balance anual todo lo que me ha enseñado este 2019 que se retira del escenario. No creo tanto en la utilidad de los nuevos propósitos como en vaciar la maleta y hacer inventario. No en vano fui auditor fugazmente en otra vida.
De todo se sale. A veces me enseñan mis tropiezos, fracasos y encontronazos. Otras, las menos, algún extraño momento de lucidez que haya podido tener. También me sirvo de las personas con las que me he ido topando. De las películas que he visto. De los libros leídos. A fin de cuentas somos como cantos rodados de un río enorme que van cogiendo su forma a base de chocar, tropezar y juntarse con los demás.
Experiencias. Consejos útiles. Reflexiones. Algunos errores recurrentes. Mantras que me repito mentalmente. En definitiva, todo lo que 2019 me enseñó:
No te enfades tanto. Provocar es fácil; caer en la provocación, más. Valora el silencio. Sigue escribiendo a mano: listas, historias, artículos, notas. “Aprende a estar en el momento” (Robert De Niro). No temas al síndrome del impostor: no hay una “brigada antifraude” buscándote (siempre que estés al día con tus impuestos). Lee Lo esencial, de Miguel Milá. Recuerda siempre que el Titanic fue al iceberg, no el iceberg al Titanic. Sé sensible, que no frágil. No olvides que nadie te debe nada. Aléjate de las personas con la voz llena de dinero. Borra “aprendiz de”, “aspirante a” y “proyecto de” de tu bio: solo resta valor y credibilidad a lo que haces. Mantente siempre curioso y enseñable. Aprende a hablar en público, un arte que nunca se termina de dominar del todo. Hay dos tipos de personas: los que pagan para que alguien escuche sus problemas y los que consiguen que alguien pague por escuchar sus problemas. No contestes todo con emojis: usemos las palabras. Encajar en sitios está sobrevalorado. Ser impertinente no es ser auténtico. Enseña lo que haces. “Si una cosa está bien hecha, fuerte, profunda, entonces queda” (Renzo Piano sobre planos, edificios y la vida). A veces lo más fácil parece lo más difícil: ponerte la ropa del gimnasio, sentarte en una silla a escribir, volver al sillín de la bici de spinning. Si quieres contar algo distinto, original, deja de buscar en Google. La elegancia bajo presión y la erudición inútil: dos virtudes en los demás que he aprendido a valorar con el tiempo.
No persigas los likes. No hagas las cosas pensando en el algoritmo. No busques atajos siempre, disfruta del camino, aunque sea más largo o pedregoso. “Si uno puede ver lo bello en la sombra de un poste de luz, probablemente capte lo bello de las pequeñas cosas. Rodearse de personas que ven placer en un poste de la luz debería ser obligatorio” (Andy Warhol). Los langostinos y los fracasos en Sanlúcar saben mejor. No escribas para tus jefes. Sé una de esas personas con una brújula moral interna apuntando siempre al norte. Evita lo pretencioso: foie solo se dice en España y encima creemos que es lo refinado (yo lo aprendí antes de ayer). Las personas que mejor hablan suelen ser las que mejor escuchan. “Disfruta de cada sándwich” (Warren Zevon). Nada mejor que un rodillo de gomaespuma para los problemas de espalda. Lo clásico no es rancio: es todo lo que no se puede mejorar. Lo rancio no es clásico: es rancio. Si no puedes explicar un proyecto en dos minutos es que necesita más cocción. Cortar suele ser un acto de generosidad. Aprende a detectar y a escuchar a los “profesores silenciosos”: la página en blanco, la pausa al otro lado del teléfono, las dudas entre líneas. Haz que pasen cosas. Nunca desees aquello que no puedas conseguir por ti mismo, como la fama; no te enfades por aquello que no puedas controlar, como lo que votan los demás. Compárate siempre con la anterior versión de ti mismo. Devuelve esos libros que pediste prestado, aunque te dé vergüenza. Sé tan bueno que no te puedan ignorar. No temas romper filas. Si estás perdido, no te preocupes: ya somos dos. Encontraremos la salida. Comparte lo que lees.
Fuente: Leer Artículo Completo