Susi Sánchez: "Algunos directores dejaron de llamarme cuando supieron que era lesbiana"

Este diciembre, Susi Sánchez hace pleno: la veremos como una desalmada Rosario, retomando su papel de bruja y (mala) madre, en Legado en los huesos (en cartelera), segunda parte de la trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, protagonizada en el cine por Marta Etura. Sobre el escenario está haciendo Los hijos, un drama ecológico-apocalíptico hasta el 5 de enero en el Teatro Pavón de Madrid. Y en televisión, podremos disfrutar de ella en Días de Navidad (Netflix), «una especie de Mujercitas actual y muy bien hecha. Yo entro en la trama cuando las hermanas son abuelas… como novia de Victoria Abril», reconoce entre risas. Porque Susi Sánchez ha compartido buena parte de su vida con la también actriz, y maestra de actores, Consuelo Trujillo. Se separaron el año pasado, en buenos términos. Otro de los aspectos de una vida nada convencional.

Nacida en Valencia en 1955, su padre, militar fue destinado a Madrid. Mala estudiante, iba para peluquera o esteticista hasta que su hermano, el actor Ismael Abellán (un rostro conocido en los 80, fallecido en 2008 y padre, junto a la poeta Ana Rossetti, de la también actriz Ruth Gabriel) la llevó a un ensayo de un grupo de teatro universitario con el que colaboraba. «Tenía entonces 16 años» cuenta con esa voz profunda y grave, de mezzo soprano, que acompaña su dicción perfecta. Guapa, pero muy alta, demasiado (como ella ha recordado varias veces) como para que la emparejaran de protagonista con esos señores bajitos, los galanes del teatro y el cine español de los 70, su carrera se vio relegada a pequeños papeles en el teatro, el cine y la televisión.

Sin embargo, a principios de los 90 era ya una reconocida actriz de carácter. Tan valiosa como para que Vicente Aranda y luego Pedro Almodóvar, con el que ha trabajado cuatro veces, la reclamaran. Su carrera en teatro (donde ha ganado dos premios de la Unión de Actores y un Max) discurría en paralelo, con directores como José Luis Gómez, Miguel Narros, Daniel Veronese o Tomáz Pandur. Cuando ella ya daba por sentado que no tendría jamás un protagonista en el cine, apareció en su vida un joven y desesperado director, Ramón Salazar. Ninguna actriz quería hacer un papel de mala madre, abusadora, en su película 10.000 noches en ninguna parte. Pero Susi se atrevió. Fue el comienzo de una profunda amistad con Salazar, que terminó escribiendo para ella el melodrama La enfermedad del domingo, en la que interpretaba a la madre de Bárbara Lennie y que le dio en 2019 el Goya que tanto merecía. Tras una vida dedicada a la interpretación, era una apreciada actriz de carácter desconocida para el gran público. Pero ya no.

Mujerhoy ¿Cree en las brujas? Porque en Legado en los huesos interpreta a una, y realmente muy malvada…

Susi Sánchez Rosario, mi personaje, no creo que sea una bruja: es una persona con un cierto desequilibrio que ha escogido un camino de conocimiento equivocado. Se ha creído una leyenda y, al creérsela y practicarla, ha hecho mucho daño.

M.H. ¿Era consciente de su capacidad de inspirar auténtico pavor solo con aparecer muy tranquila, mesándose los cabellos?

S.S. [Risas] Perdona, es que todavía me chocan estas reacciones. Te diré que cuando comencé a preparar este personaje con Consuelo Trujillo, que es mi coach y mi compañera de años, le preguntaba todo el rato cómo podía enfocar su oscuridad porque, aunque no fuéramos a escenificar ninguna invocación, había que entrar en ese mundo para componer el personaje.

M.H. ¿Y lo hizo?

S.S. Empecé a hacerlo y me sentí muy mal físicamente, enferma de verdad. Y me dije: «No, esta no es la manera; si sigo por este camino, no voy a poder hacer este papel». O se me iban a llevar los demonios de forma literal. [Risas] A la vez, comencé a darme cuenta de que lo más importante que había que contar con el personaje: que era una madre que no había sabido querer a sus hijas. Así que lo trabajé desde un lugar de juego con la locura, no con las fuerzas del mal. Y me di mucha libertad. Si tratas de interpretar a un humano perverso distanciándote de él, para que nadie te tome por mala persona, el resultado suele ser muy discutible…

M.H. Es fascinante su capacidad para hacer papeles de mujer dura, de campo, y luego interpretar a sofisticadas empresarias o aristócratas, incluso reinas. ¿A qué características suyas cree que responden estos perfiles?

S.S. [Risas] Es algo totalmente ajeno a mí. Igual es por mi altura. Pero, a mí, reconozco que me gusta jugar en este abanico: de lo más lumpen, y disfrutarlo, a la clase alta… sin sentirme ridícula. En cine, con suerte, ensayas uno o dos días. Si logras hacerlo bien es porque en tu casa haces todo el trabajo previo… preparas la hoguera para que en el momento en que se dice «acción» prenda con fuerza. Pero los procesos que se tienen en el teatro para mí son sublimes.

En el #MeToo veo algo de caza de brujas: hay intereses legítimos y otros no tanto».

M.H. Ha reconocido que, durante sus años de juventud, no le daban papeles porque era muy alta y los galanes masculinos eran bajitos. ¿Cómo vive ahora que la nueva generación esté escribiendo personajes femeninos al fin liberados de ser comparsa?

S.S. Es que esto cantaba la Traviata ya. Desde que tengo memoria, la cosa ha evolucionado muchísimo. También ha pasado lo del #MeToo, aunque yo no soy una entregada a la causa. Veo en el fenómeno algo de caza de brujas, porque hay de todo en todas partes, intereses legítimos y otros que no lo son tanto. Pero es cierto que en estos años se ha logrado una gran apertura en cuanto a crear personajes femeninos tan relevantes como los masculinos.

M.H. ¿En qué ha notado ese cambio?

S.S. La llegada de mujeres cineastas y, sobre todo, guionistas está nivelando un poco la balanza. Las mujeres no queremos que nos salven o nos retraten: queremos que se escriban guiones donde se hable de todos los entresijos que nos conforman. Pero en cualquier caso, sigue habiendo muchos más personajes para hombres de mi edad que para nosotras.

M.H. ¿Cuándo decidió ser actriz? ¿Lo supo pronto?

S.S. Qué va. Pánico me daba. Era muy tímida. Pero la interpretación me salvó la vida y me convirtió en quien soy. Mi padre no quería que fuese actriz. Él quería que montase un salón de belleza con mi hermana o algo así. Limpiezas de cutis, depilaciones de bigotes… Yo estudié eso porque no era buena estudiante. Pero porque no había encontrado un sentido a mi vida, y cuando descubrí el teatro… ¡vaya si se lo encontré! Mi padre se quedaba conmigo muchas veces hablando. Él vivió la Guerra Civil y tenía un punto muy filosófico, muy espiritual. Siempre me decía: «¿Cuál es el sentido de la vida?». Y eso me dejó muy marcada. Así que me empeñé en perseguirlo, y la actuación me dio ese sentido.

M.H. ¿Cómo se tomó que lo desobedeciera?

S.S. Fui a buscarlo a donde trabajaba para contarle que me iba a dedicar al teatro: estaba de jefe de mantenimiento en un polideportivo militar. Le llevé a la barra de la cafetería y allí nos emborrachamos. Yo llorando, pidiéndole que me perdonase, pero que tenía que hacerlo, porque si no me iba a pasar la vida preguntándome qué habría sido si… Lloramos mucho los dos y nos abrazamos. Y luego vino a verme al teatro un par de veces. Tuvo tiempo de verme antes de morir.

M.H. ¿Le gustó?

S.S. Mi padre era un hombre hipertímido, le costaba mucho transmitir emociones. Como a mí, lo que pasa que la vida y la interpretación me han espabilado. Pero sé que le gusté, sí. Eso lo sé.

Mi padre, era militar y quería que fuese esteticista. el teatro me salvó la vida y le dio sentido».

M.H. La homosexualidad no se despenalizó hasta 1978. ¿Cómo vivió el hecho de ser lesbiana en esa época, incluso desde una profesión que siempre ha sido más abierta en esos temas?

S.S. Yo he trabajado con directores que, cuando han sabido que era lesbiana -precisamente por hacerme proposiciones sexuales y al decirles que no, contárselo- han dejado de llamarme. Eso lo he vivido. Y no me importa en absoluto: porque si esa era su medida del trabajo, no me interesa lo más mínimo trabajar con personas así. Eso lo tengo clarísimo.

M.H. ¿Y de pequeña? Porque supongo que se daría cuenta de que era diferente.

S.S. Lo viví como pude. La sexualidad se despertó en mí como a los 14 o 15 años… y lo viví a escondidas, atemorizada. Hasta que fui mayor, ya lo hablé en casa, con mi madre… que me pidió por favor que no se lo dijera a mi padre. [Risas] Mi madre murió hace cuatro años y me pidió también que, mientras ella viviera, no saliera en la televisión ni en ninguna otra parte hablando de esto.

M.H. ¿Le está resultando molesto o le incomoda de alguna forma hablar de este tema?

S.S. No, en absoluto. Aunque no estoy acostumbrada. De hecho, esta entrevista está siendo con diferencia en la que más he hablado de mi sexualidad en toda mi vida.

M.H. ¿Cree que un armario forzoso pudo retrasar el que encontrara una pareja o poder vivir una estabilidad sentimental?

S.S. En esto soy más pragmática: creo que, cuando aparece el amor, lo hace independientemente de la forma que tenga o cómo lo haga. Yo he vivido el amor siempre con mucha libertad, la verdad. Y con mucho sufrimiento también, porque cuando eres muy joven apenas sabes amar. Y sufres. Bueno, igual de mayor también sufres. [Risas] La vida en el fondo es un aprendizaje para esto: para amar.

M.H. ¿Cree que las relaciones entre mujeres mantienen ese poso de sororidad, de amistad, incluso tras la ruptura?

S.S. Es que las parejas que he tenido siempre han partido de una amistad previa… No han sido cosa de flechazos. Creo que las mujeres, efectivamente, nos enamoramos de otra manera. Nosotras, al menos en mi época, nos acercábamos poco a poco. No te ibas con la primera que llegaba. El concepto de aquí te pillo, aquí te mato es más reciente, más de las generaciones educadas en libertad… aunque yo lo viví siempre con bastante normalidad.

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