«¿Por qué hay tantos periodistas internacionales aquí?», pregunta la recepcionista del hotel en un susurro. La verdad es que no sé si puedo contestar a esa pregunta. Todo lo que rodea a la promoción de Star Wars: el ascenso de Skywalker (estreno, 20 de diciembre) es confidencial. En el hotel no hay pósters, ni fans y solo los comentarios de los periodistas que vuelven de las entrevistas secretas -«El trío protagonista tiene mucha energía»; «Para ser una estrella Disney, esa chica dice mucho fuck»- dan pistas sobre quiénes se ocultan en las vigiladas suites.
Veni, vidi, vici
Daisy Ridley, protagonista de la tercera trilogía de Star Wars, está en el corazón de esa tormenta a punto de estallar. Hoy se le calcula un patrimonio de seis millones de dólares; en 2014, era solo una chica de buena familia muy británica, que hablaba francés y japonés, descendiente de una clase social de terratenientes rurales. Una chica muy apegada a sus padres y a sus hermanas, Kika y Poppy. Era también una aspirante a actriz que alternaba cortometrajes y papeles menores con trabajos de camarera. Su momento álgido había sido una película interactiva para niños sobre primeros auxilios (nominada a los Bafta).
Ahora, Ridley es (mucho) más conocida como Rey, la chatarrera/jedi que tiene en sus manos el destino de la galaxia… y el de una franquicia de 65.000 millones de dólares, que cuenta con legiones de fans que pueden ser tan adoradores como agresivos. «De hecho, a veces son agresivos cuando te están adorando», ríe Daisy, vestida sencillamente con pantalones y camiseta negra de cuello alto y abrazada a un cojín en el sofá de la suite donde tiene lugar la entrevista. «La gente puede ser encantadora, pero si se acercan demasiado, emocionados y con mucha energía…. se convierte en una cuestión de espacio personal».
Mark Hamill –Luke Skywalker en la saga- los llama UPF (Ultra Passionate Fans, fans ultraapasionados) y Daisy ha tenido sus más y sus menos con ellos.
No tenía ni idea de que mi personaje fuera tan político».
Daisy habla con confianza y alegría, y es verdad que dice mucho fuck. También usa muchas interjecciones («ouch», «aaagh»). Esa expresividad fue una de las claves para que J.J. Abrams, el director de dos de las tres películas de la trilogía, se quedase con ella. Un proceso de selección en el que prácticamente todas las actrices de 17 a 27 años vinculadas con la productora fueron valoradas por los diferentes niveles del departamento de casting.
La nuestra es su última entrevista del día y su equipo avisa al chófer para que la recoja cuanto antes, porque en Londres (donde sigue viviendo) llueve y Daisy tiene mesa en un restaurante. Su agenda, ahora, funciona a golpe de diapasón: «Corro de un país a otro, con 100 personas diciéndome qué hacer», afirma.
¿Cree que el final de la trilogía será satisfactorio para los fans? «Sí lo creo -dice con aplomo, pero sin desvelar nada sobre la trama-. Porque responde a las preguntas que se plantean en las otras dos películas y tiene entidad propia». Curiosamente, esta será a la vez la película póstuma de Carrie Fisher y la que nunca llegó a rodar: la actriz murió antes de que empezara la producción y su presencia en la cinta se hará gracias al metraje descartado de la anterior y imágenes digitales. «La eché mucho de menos -dice Ridley-. Cuando rodábamos las escenas en que ella tenía que haber participado, yo solo quería estar en otra parte, ponerme a hacer otra cosa, porque estaba al borde de las lágrimas».
Un peso galáctico
«Creo que nada podría haberme preparado para esto. Fue estresante y cansado», reconoce. Tras su salto a la fama, Daisy sufrió ansiedad, le salió una úlcera, le diagnosticaron ovarios poliquísticos… y decidió ir a terapia, algo de lo que habla abiertamente. «Ahora se me da mejor gestionar el estrés«, asegura. También dejó las redes sociales en 2016, después de que le llovieran críticas por un post contra las armas de fuego en Instagram. «Tengo que madurar y prefiero hacerlo en privado», dijo entonces. «En realidad, no le di mucha importancia -asegura ahora-. Fue más bien: «[gime con hastío], no quiero ser parte de esto». Y ahora estoy fuera y no lo necesito».
También se las vio con el síndrome del impostor, que sufren quienes creen no merecer su éxito. Cuando el director Kenneth Branagh la llamó para Asesinato en el Orient Express, ella le preguntó si alguien le había obligado. «Star Wars es algo muy grande, claro. Pero allí había un montón de actores megafamosos, que han demostrado lo que valen a lo largo de toda una carrera. Por eso pregunté. Y Kenneth me aseguró que la elección había sido suya. Fue genial».
Carrie Fisher le recomendó que fuera muy reservada con su vida privada. Algunos, le dijo, solo quieren contar que se han acostado con la princesa Leia. Daisy sigue su recomendación. No habla de su noviazgo con el actor Tom Bateman, evita con una sonrisa las preguntas sobre el anillo que lleva y le molesta el doble rasero al respecto. «Estoy bastante segura -dice con enfado- de que a John Boyega [Finn en la saga] nunca le han preguntado con quién sale. En ese aspecto, la fama es más dura para una mujer. Lo veo claro».
Las preguntas personales no fueron el único escollo extra: el inalcanzable canon de belleza también le hizo alguna herida. «Fue difícil verme tan expuesta -reconoce-. Nunca he sufrido por mi aspecto. Tengo una cara agradable y un cuerpo saludable. Pero cuando te ve tanta gente y hacen muñecos con tu cara… vuelves a mirarte y piensas: «Ouch». La terapia y la experiencia le ayudaron. «Ahora lo tengo bajo control. Y hago cosas que me hacen sentir bien, como el ejercicio. Y si me apetece quedarme en casa, no me machaco por eso. Cuando ruedas, pasas mucho tiempo sin ver a tus amigos y al terminar te dices: joder, tengo que ver a todo el mundo. Pues no, no «tienes» que ver a nadie, tienes que darte una pausa. Ahora se me da mejor escucharme cuando digo qué necesito».
El personaje de Rey –protagonista, fuerte, no sexualizada– es un icono feminista, pero a ella le costó captar su importancia. «No veía nada de particular en una chica protagonista y que pelea. No pensaba que fuera un personaje tan político. Me abrieron los ojos las reacciones de otras personas y las preguntas que me hacían en los eventos para fans«. ¿Y si, haga lo que haga después, la gente sigue viéndola como Rey? «Mmm -duda-. No es que crea que no voy a destacar en otro papel; pero hay actores a los que siempre se les acaba asociando un personaje. DiCaprio y Titanic, Julia Roberts y Pretty woman… ¿Rey y yo? Me parece bien. Me encanta el personaje. Y estoy lista para demostrar que también soy capaz de hacer otros».
Futuro abierto
Porque esta etapa está a punto de terminar. Y eso produce vértigo. «Por supuesto. Por primera vez en cinco años, no tengo una película firmada en mi futuro«. No parece que vayan a faltarle papeles. Tras Ophelia -un retelling feminista de Hamlet, en el que comparte cartel con Naomi Watts y Clive Owen- estrenará la distópica Chaos Walking, y ya prepara Kolma, que produce también J.J. Abrams; y una de espías, Una mujer sin importancia. Aun así, es todo un salto fuera de su zona de confort. «Ahora estoy inmersa en la promoción pero, tras el estreno, sé que me sentiré triste. Pasaré la Navidad con mi familia, y será tranquilo y silencioso. Por primera vez mi futuro estará abierto, en un sentido aterrador. Será muy raro».
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