La llaman la “contessa” de la moda, pero lo cierto es que Marpessa Hennink (57 años) es… holandesa, tal y como me recuerda durante esta entrevista vía Zoom en la que me enseña orgullosa las vistas a los canales de su casa de Ámsterdam, la ciudad en la que nació y donde ha vivido durante el último año con su hija Ariel, que tiene 16 años, y a pocos metros de su padre. “Es muy mayor y en cuanto estalló la pandemia decidí dejar Milán e instalarme aquí, por si le pasaba algo”, me dice con una voz grave, típica de la fumadora impenitente que, cuentan, es. Un vicio que no parece afectar a su aspecto absolutamente radiante. Enfundada en un pijama estampado “de Dolce & Gabbana, por supuesto”, con el pelo recogido y sin una gota de maquillaje, una entiende a la perfección por qué la que fuera una de las grandes top models de los ochenta y noventa sigue hoy en activo.
Cuando, en 2013, Domenico Dolce y Stefano Gabbana lanzaron su línea de alta costura, Alta Moda, recurrieron a ella para que fuese su embajadora, un papel que describe así: “Soy la persona que cuida de los clientes y les hace entender que llevar Alta Moda es fácil”, comentó entonces. Y la verdad es que lleva toda la razón: en ella, los fastuosos vestidos del dúo italiano resultan gráciles, nada aparatosos.
—Es su musa indiscutible, ¿qué le parece?
—Un honor y, sobre todo, algo muy especial porque en el mundo de la moda mantener una relación de trabajo y personal tan larga no es habitual. Para mí, supone además un privilegio, sobre todo porque tenemos una bonita amistad —insiste.
Marpessa y los Dolce & Gabbana se conocieron a mediados de los ochenta en la pista de baile del Amnesia, el club de Milán que frecuentaban modelos, diseñadores, fotógrafos y demás gente del mundillo. “Solíamos salir de noche, nos encantaba bailar, y nos hicimos amigos. Ellos aún estaban trabajando con el diseñador Giorgio Correggiari, y yo ya desfilaba y hacía editoriales para cabeceras importantes —ya había sido, por ejemplo, portada de Vogue Italia—. Un día me dijeron que habían hecho una colección y me pidieron que participara en su primer desfile. Naturalmente, no tenían presupuesto, así que les respondí: ‘Bueno, dejadme ver la ropa’. Me enamoré de las prendas en el acto y desfilé gratis. El resto es historia. Supongo”, cuenta entre risas Marpessa, que guarda como oro en paño un diseño de entonces, “su primer traje de noche en muselina bordado enteramente con perlitas de color negro”, explica.
La maniquí habla con cierta añoranza de aquellos tiempos. “Había más libertad y nos movíamos en grupos pequeños. Echo de menos esa intimidad, incluso en las sesiones de fotos había como mucho seis personas. Ahora, 30. Pero bueno, las cosas cambian y eso también puede ser divertido”, zanja despreocupada.
Enfundada en unas mallas de Alaïa y en una chaqueta de tweed de Chanel y del brazo de su amiga Linda Evangelista, Marpessa se convirtió en un icono, aunque evite el término. “Esa palabra es para gente muerta. ¡Y yo estoy muy viva!”, bromea. Antes de conocer a los Dolce & Gabbana, trabajó con asiduidad para Karl Lagerfeld, Gianni Versace o Halston. “Me puse a ver la serie y tuve que quitarla en el primer episodio. Solo habla de su vida sexual y de las drogas, no de su talento”, lamenta. En la cima de su carrera se instaló en Ibiza, donde vivió durante 12 años. “Mi hija es ibicenca. Aún voy a menudo, tengo muy buenos amigos con casas preciosas. Pero no pienso hacer name dropping, soy y siempre he sido muy discreta”, advierte en un castellano perfecto con el que comparte su opinión sobre la reina Máxima: “¡Es la bomba!”.
Si finalmente pasa estos días en Ibiza, como planea, nos enteraremos por su cuenta de Instagram. “Posteo y me voy. Hay que mantener el misterio…”
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