El núcleo duro de la famiilia real británica se ha dado cita en el Proyecto Edén (un futurista complejo ambiental de 50 hectáreas) para organizar una recepción a los líderes del G7. El príncipe Carlos, Camilla de Cornualles, el príncipe Guillermo y Kate Middleton han acompañado a la reina, junto con el primer ministro británico Boris Johnson y su mujer Carrie Symonds. Es una ofensiva diplomática inédita: la reina casi nunca pone tantas cartas en juego en un evento internacional de estas características.
Pero ahora todo es diferente: envió a su hijo Carlos a presumir de ambientalismo en las horas previas al evento, y hoy ha sacado a la apreciada Kate Middleton a pasar el día con Jill Biden, un gesto que nunca tuvo con los Obama ni con los Trump. Es más, normalmente la reina tampoco se desplaza. Su presencia en Cornualles, y la recepción organizada por la Corona, son gestos de primer nivel muy poco habituales. Y que también ha supuesto un motivo de alegría para los monárquicos: con la salvedad del entierro de Felipe de Edimburgo –que no dejaba de ser un evento familiar–, es la primera vez que la familia real británica se reúne para ejercer de royals desde que empezó la pandemia.
La reina ha marcado el tono con un vestido floral en colores claros, acompañada en la luminosidad por Camilla (con un vestido largo blanco con estampado en negro). Y sobre todo por una espectacular Kate Middleton, que ha confiado hoy por segunda vez en Alexander McQueen, con un precioso vestido-abrigo en crema. Y Carrie Symonds con otro vestido floral, en colores más oscuros de The Vampire’s Wife, ha conseguido otro acierto de estilo: seguir lo esperado por la reina manteniendo la distancia –cromática– con el resto de royals. Ellos, iban de traje.
La ofensiva también tiene otras explicaciones: la reina quiere demostrar que sigue estando hecha de servicio a la patria, incluso tras la muerte de su marido. Y, en un escenario internacional, con los ojos del mundo puestos en el condado de Cornualles, seguir la receta que ya ha empleado cada vez que la Corona se tambalea: trabajo y despliegue. Que el mundo vea a la familia real británica en una luz que no esté marcada por los problemas con Harry y Meghan. Y, por supuesto, que esté claro quién es el centro de todo:
Durante la recepción, la reina ha estado cercana y accesible, y más sonriente que en buen parte de estos últimos meses. Ha alternado con los Biden, a los que verá en privado el lunes en Windsor, y con el resto de líderes, mientras Boris Johnson y Carlos le servían como escuderos permanentes. Por su parte, Camilla, Guillermo y Kate saludaban e intercambiaban impresiones con todos los invitados, para que ningún líder mundial se quedase sin su ración de esa poderosa arma diplomática británica que es la mística de su realeza. Un acto distendido tras la primera jornada de trabajo de la cumbre, acompañado después por una cena a la altura, y que gracias a la Corona podrá apuntarse como éxito Boris Johnson.
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