Va a ser, sin duda, el funeral del siglo. Isabel II, encarnación de la estabilidad y el orden en lo que queda del imperio británico, ha conocido a 13 presidentes estadounidenses y 15 británicos, una guerra mundial, el fin de la guerra fría, la guerra del Golfo y, como guinda, el Brexit. Su despedida es temida en Buckingham Palace por la indudable pérdida de una figura insustituible, y también porque se produce en un momento crítico en el país no solo por la crisis pandémica, sino por todo tipo de turbulencias en Irlanda y Escocia, además de una Commonwealth en descomposición. Por todo ello, palacio ya tiene un plan de cara al fallecimiento de la Reina que, previsiblemente, está en poder del gobierno y de la BBC.
En ese plan, la Reina muere «tras una corta enfermedad, rodeada por sus médicos y su familia». Recordemos: en sus últimas horas, la Reina madre tuvo tiempo de llamar a sus amigos para despedirse personalmente y regalar algunos de sus caballos. Isabel II estará atendida en esos cruciales momentos por su médico de cabecera, el gastroenterólogo Hugh Thomas. Él decidirá quién entra y sale en la habitación y qué se hace público. Buckingham Palace emitirá unos pocos comunicados. En 1936, el doctor de rey Jorge comunicó lo siguiente: «La vida del rey camina serenamente hacia su fin». Poco después le inyectó morfina y cocaína para terminar con su sufrimiento, a tiempo de que el Times lanzara una edición nocturna especial.
En cuanto Isabel II cierre los ojos, Carlos de Gales será Rey. Sus hermanos besarán su mano mientras el secretario privado de la Reina, Sir Christopher Geidt, pone en marcha el mecanismo de la sucesión. Contactará con el primer ministro y confirmará la defunción mediante un código que evitará que la información trascienda antes de tiempo. En el caso de Jorge VI fue ‘Hyde Park Corner’ y en el de la Reina será, según todas las quinielas, ‘London Bridge’. A través de las líneas seguras se comunicará: «El puente de Londres ha caído». Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores, una llamada comunicará el fallecimiento a 15 gobiernos (estados donde la Reina sigue siendo cabeza del estado) y 35 países más de la Commonwealth.
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Gobernadores generales, embajadores y primeros ministros serán los primeros en conocer el fallecimiento de Isabel II. El público general se enterará pocas horas después, tras un flash informativo de las agencias de noticias. En ese mismo instante, una persona del servicio de Buckingham Palace vestida de luto colgará en las puertas de palacio el anuncio del fallecimiento. El website de palacio también se pondrá de luto, transformado en una sola página en la que se leerá ese mismo texto.
Es el momento de desempolvar los obituarios de los periódicos, esos que llevan, no meses, sino años escritos. Dicen que el Times ya tiene 11 páginas de duelo preparadas para imprimirse inmediatamente. En algunos canales de televisión ya se ha ensayado la cobertura del fallecimiento de la Reina, que en los guiones de prueba aparece bajo el alias Mrs. Robinson. Los expertos en casas reales ya saben en qué programas comentarán los acontecimientos: los más importantes tienen cerrados sus contratos.
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Mientras la noticia corre por televisiones, emisoras de radio y redes sociales, las dos cámaras del parlamento cerrarán y comenzarán nueve días marcados por una sucesión de estrictos rituales que incluyen un funeral de estado que reunirá a un número de casas reales, mandatarios y aristócratas jamás visto; la proclamación del Príncipe de Gales como nuevo rey (uno que aún no tiene un hecho histórico que lo respalde, como Isabel II tuvo la Segunda Guerra Mundial) y un desbordamiento de patriotismo en todo el país. Los historiadores muestran ya una lógica preocupación ante la reacción de una nación que ya no está en todo su esplendor, sino en franco declinar. Tras el dolor por la pérdida de una figura central del estado puede llegar una revisión de un siglo cuya cuenta de resultados devuelve números rojos.
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El encargado del funeral será el 18 Duque de Norfolk, pues su casa tiene ese encargo desde 1672. En realidad, todos los responsables de los funerales de la Reina, un grupo de alrededor de 30 personas, funcionarios de Buckingham Palace, Downing Street y el Ministerio de Cultura, se conocen perfectamente y han desarrollado y revisado los detalles del plan desde hace años. Los primeros diseños datan de los años 60, y desde entonces se producen dos o tres reuniones anuales para retocar pasos y ultimar el más mínimo detalle. Contempla que la comitiva con el ataúd real tardará 28 minutos en llegar, a paso lento, desde el palacio de St. James hasta Westminster Hall. O que tiene que llevar una segunda cubierta falsa para depositar las joyas de la Corona.
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Algunos detalles serán decididos exclusivamente por el Príncipe de Gales, de la misma manera que Isabel II decidió que nadie llevara uniforme militar en el funeral del Príncipe de Edimburgo. Tendrá que dirigirse por primera vez a la nación como el siguiente soberano y los miembros del Parlamento se reunirán para jurarle lealtad. En la Cámara de los Lores, se habrán sustituido los dos tronos por uno solo y un cojín de terciopelo donde se colocará la corona.
El día D+1, el día siguiente al fallecimiento de la Reina, las banderas volverán a izarse a media asta y, a las 11 de la mañana, el Príncipe de Gales será proclamado Rey en el palacio de St. James, aunque la coronación no tendrá lugar hasta tres meses después. Antes tienen que pasar los 12 días que dura el funeral real, un ritual que ha ido ganando factor espectacular desde el fallecimiento de Eduardo VII.
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Se espera que medio millón de personas presenten sus respetos frente al ataúd de la reina, en Westminster Hall, a partir del D+4. (el cuarto día después del fallecimiento de la Reina). La ceremonia funeraria tendrá lugar entre el día D+9 y el D+12. Cuarenta y un cañones dispararán salvas durante siete minutos desde Hyde Park y miles de británicos se pondrán brazaletes negros o lucirán alguna otra señal de duelo. El funeral de la Reina Madre en 2002 costó alrededor de 5,2 millones de libras, mientras que el de Diana de Gales se estimó entre 3 y 5 millones de libras. Se espera que el de Isabel II supere con mucho esa última cifra.
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