Barbour, Cordings, Trueffit & Hill, John Lobb… Las leyendas del ‘made in England’ que llorarán la muerte del duque de Edimburgo, el hombre más elegante del mundo

Cuentan que, en alguna de sus frecuentes discusiones, el príncipe Carlos le tuvo que recordar que se encontraba ante el futuro rey de Inglaterra. Y es que ni su propio hijo disuadía al duque de Edimburgo (Palacio de Mon Repos, Corfú, Grecia, 1910-Londres, 2021) de mostrarese carácter irreverente que le hizo tan popular -y polémico- en las últimas décadas. Pero si hay algo en lo que tanto el príncipe de Gales como su progenitor no tuvieron ninguna disputa es en algo tan importante y revelador como el estilo. El príncipe Felipe era, indiscutiblemente, el hombre más elegante del mundo. Solo el duque de Cornualles podría disputarle esta condición, avalada por ejemplo por la Lista Internacional de Mejor Vestidos de esta revista, en cuyo Hall of Fame -categoría especial y vitalicia del ranking– figuraba desde hacía tiempo.

Naturalmente, el marido de la reina Isabel II era un ferviente defensor del made in England, y su fallecimiento va a pesar de modo especial en establecimientos centenarios como Cordings. Entre sus boisseries el duque de Edimburgo encontraba sus chaquetas de tweed, que solía escoger en tonos marrones y lucía con pantalones en el mismo tejido pero en un tono ligeramente descoordinado; sus gorras favoritas, las de tweed escocés o su abrigo Loden austriac, quizá la única prenda foránea de su guardarropa. Y si en Cordings, en Piccadilly, se surtía de las piezas más, digamos, informales de su atuendo, para los trajes acudía religiosamente a John Kent, uno de los mejores -si no el mejor- sastres de Savile Row.

Descrito por su suegra, la Reina Madre, como "el perfecto caballero inglés", el duque de Edimburgo distinguió a la compañía familiar Barbour, fundada en 1874, con su primera Royal Warrant como proveedor real. También contaba con su patente Trueffit&Hill. Uno de sus peluqueros acudía regularmente al Palacio de Buckingham para ocuparse de su cabello y de su afeitado, mientras que Penhaligon’s le proporcionaba sus fragancias preferidas: Blenheim Bouquet y Hammam Bouquet. En otro establecimiento con la Royal Warrant, Smythson, que surte de material de papelería a la familia real desde los tiempos de la reina Victoria, adquiría sus artículos de marroquinería.

Sus zapatos eran siempre a medida, de John Lobb, el favorito de Frank Sinatra, Dean Martin, Cole Porter o Aristóteles Onassis, entre otros. Tal y como relata Ignacio Peyró en su libro Pompa y Circunstancia (Fórcola), cuando sus empleados le felicitaron por su 50 cumpleaños el duque respondió que si los llevaba tan bien era porque hasta entonces había ido estupendamente calzado.

Siempre pendiente del detalle, se cuenta que su único motivo de disputa con sus mayordomos y ayudas de cámara consistía en empeñarse en llevar el pañuelo de lino de la chaqueta doblado en lugar de abullonado. De vez en cuando se tomaba con ellos una cerveza: la Double Diamond. Solo la embotellaban para él.

Pero no crean que el duque de Edimburgo era elegante exclusivamente enfundado en sus Morning dress confeccionados a medida: la prueba irrefutable de que con él muere la mejor percha del Reino Unido, y por supuesto de la realeza europea, está en esta foto en la que aparece, impecable, a bordo del Britannia en marzo de 1072 … Con una camisa hawaiana. El príncipe Felipe era, indudablemente, el rey del estilo.

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