Tras la emisión el pasado domingo de la entrevista de Meghan Markle y el príncipe Harry, internet se llenó de imágenes, clips y memes de su entrevistadora, Oprah Winfrey. Desde los albores del dialecto online, Winfrey ha sido uno de los vehículos predilectos de la gente para expresar sus emociones con humor, con exageración o con sentimentalismo. Mucha gente la ha visto o incluso la ha usado como meme sin saber quién es. Mucha otra gente sabe quién es, y comprende el concepto “Oprah”, sin haber visto ninguno de sus programas. Eso va a cambiar esta noche, con la emisión de su conversación con Meghan y Harry en Antena 3.
El instante más viral de la entrevista fue la reacción de Oprah a la confesión de Meghan de que alguien en la familia real británica había mostrado su preocupación por el color de piel de su hijo Archie. Oprah se muestra a la vez sorprendida, ultrajada y compasiva. Es una reacción genuina, más parecida a la de una amiga confidente, que además se sostiene en el aire: Oprah deja unos segundos de silencio para que los espectadores en casa procesen lo que acaban de escuchar. Para que la gravedad de esta revelación cale y no pase desapercibida. Y para que Meghan procese sus propias emociones al respecto.
Tiene sentido que Meghan y Harry eligiesen a Oprah para su bautismo como celebrities a la americana, y no solo porque ella dignifica a todos sus entrevistados, saca su lado más humano y consigue que la audiencia los comprenda. Tiene sentido porque Oprah Winfrey es la máxima personificación del sueño americano. Ella representa la posibilidad, la promesa de que si trabajas duro, eres decente y sabes aprovechar tus oportunidades llegarás donde te propongas. Nadie ha recorrido un trecho tan largo como Oprah, desde la pobreza más extrema (iba al colegio con un saco de patatas a modo de vestido) hasta la riqueza económica y espiritual: es la persona negra más adinerada del siglo XX, la primera mujer negra milmillonaria y fue la única persona milmillonaria negra del mundo entre 2004 y 2006. En ese año, se convirtió en la persona mejor pagada de la televisión quintuplicando el sueldo del segundo clasificado, Simon Cowell. También fue la primera persona negra en figurar en la lista de los 50 americanos más generosos. Se estima que ha donado más de 400 millones de dólares a la caridad (su patrimonio ronda los 3000 millones).
Oprah Winfrey ha sido descrita como la mujer más poderosa del mundo por CNN, Time y The American Spectator. Es la única persona que ha aparecido en la lista de las personas más influyentes de Time en diez ocasiones distintas. Life la nombró la mujer más influyente de su generación y la persona negra más poderosa. Barack Obama la definió como “la mujer más poderosa del país”. En 1998 fue la primera mujer y la primera persona negra en liderar la lista de las 101 personas más poderosas de la industria del entretenimiento según Entertainment Weekly. Forbes la nombró la celebridad más poderosa en 2005, 2007, 2008, 2010 y 2013. En 2010, Life la incluyó en su lista de las 100 personas que cambiaron el mundo junto a Jesucristo, Abrahan Lincoln o Steve Jobs.
Y Oprah Winfrey no ha conseguido todo ese poder, ese dinero y esa relevancia mediante chanchullos políticos, especulaciones económicas o manipulaciones mediáticas. Lo ha conseguido, esencialmente, pareciendo una persona buena, sincera y positiva. Que exista una figura con semejante poder, que esa figura sea mujer y negra y que lo haya conseguido todo gracias a su talento ha hecho de Oprah el icono perfecto para nuestro tiempo. Su triunfo, además, exonera a la sociedad estadounidense de su machismo y su racismo: si Oprah ha podido conseguirlo, los demás no tienen excusa. Por eso Oprah Winfrey es una fábula sobre cómo a América le gusta imaginarse a sí misma.
La biografía de Winfrey se ha contado muchas veces. Está llena de anécdotas porque la ha contado ella misma y, como la narradora superlativa que es, sabe que los relatos encuentran su emoción en los detalles. La bautizaron Orpah, en honor a un personaje de la Biblia, pero tanta gente escribía y pronunciaba mal su nombre que se quedó en Oprah. Por este accidente, hoy Oprah no significa otra cosa que ella. Su madre Vernita la tuvo a los 18 años así que Oprah se crió con su abuela, Hattie Mae, quien le insistía en que lo mejor que le podía pasar era encontrar una familia blanca buena que la tratase bien y le diese de comer. (Siempre que Oprah recuerda esta anécdota la remata diciendo “lamento que mi abuela no viviera para ver todos los blancos que ahora trabajan para mí”).
En el colegio los niños le llamaban “La chica del saco” por su indumentaria, pero en la iglesia su apodo era “La predicadora” porque decían que leía los versículos de la Biblia con el alma. De pequeña se pasaba las tardes entrevistando a su muñeca (en realidad, una mazorca de maíz enrollada por un trapo), con los cuervos de la alambrada haciendo de espectadores. A los seis años se fue a vivir con su padre, un militar autoritario que la obligaba a leer un libro por semana y escribir una redacción sobre él.
Vernita vivía de la caridad y tuvo tuvo tres hijos más: Patricia (fallecida por causas relacionadas con la adicción a la cocaína en 2003), Jeffrey (fallecido de sida en 1989) y otra Patricia (a la que dio en adopción y cuya existencia Oprah no descubrió hasta 2010, cuando se reencontró con ella en su propio programa). Oprah empezó a sufrir abusos sexuales a los nueve años, primero por parte de un primo, luego un tío y finalmente una de las parejas de su madre. A los 13 años se escapó de casa y se quedó embarazada, pero el bebé nació prematuro y falleció. A los 17, ganó un concurso de belleza y el presentador le propuso, medio en broma medio en serio, que leyera las noticias del día. La radio local la contrató en el momento.
Con 20 años se convirtió en la presentadora de informativos más joven (y la primera mujer negra) de la televisión local de Nashville. Después se mudó a Baltimore, donde su co-presentador le tocaba la rodilla para indicarle cuándo podía hablar. En la televisión local de Baltimore sus jefes la criticaban por reírse con las noticias simpáticas y llorar con las trágicas, además de cuestionar su aspecto. Especialmente cuando se le empezó a caer el pelo por un cardado mal hecho. En aquella época Winfrey mantuvo una relación con un hombre casado al que suplicó de rodillas que no la abandonase, hasta el punto de dejarle una nota de suicidio a su mejor amiga, Gayle King, en la que le pedía que le regase las plantas. En 1983, cuando tenía 29 años, la televisión local de Chicago apostó por Oprah pero al recolocó: del telediario, Winfrey pasó a presentar AM Chicago, el programa de testimonios menos visto de Chicago. En cuestión de meses alcanzó el número 1. Y eso significaba superar a Phil Donahue.
Donahue había sido un pionero al crear en 1967 el formato de entrevistas improvisadas con personas anónimas. En vez de presentar desde un atril o una silla, Donahue se paseaba entre el público e interactuaba con él. La entonces pareja de Oprah, el crítico de cine Roger Ebert, la convenció de que sindicara AM Chicago a nivel nacional: en cada estado lo emitiría la respectiva cadena local, de manera que su audiencia potencial sería todo el país. Así nació, el 8 de septiembre de 1986, El show de Oprah Winfrey.
Dos meses después, durante un programa dedicado a testimonios de abusos sexuales, Oprah agarró la mano de su invitada, se puso a llorar y confesó que ella misma los había sufrido de pequeña. Habló sobre la vergüenza y culpabilidad que arrastraba desde entonces. Describió el dolor que le provocó que su familia no la creyera cuando se lo contó a los 24 años. Nadie había hecho nada parecido en televisión. El show de Oprah Winfrey acabó duplicando la audiencia del programa de Phil Donahue y llegaría a alcanzar picos de 40 millones de espectadores, una sexta parte de la población total de Estados Unidos.
“Poca gente habría apostado por el ascenso de Oprah como la presentadora más popular de la televisión”, se asombraba Time, “En un campo dominado por hombres blancos, ella es una mujer negra corpulenta. Como entrevistadora no puede competir con Phil Donahue, pero lo que le falta de ímpetu periodístico lo compensa con curiosidad sincera, humor robusto y, sobre todo, empatía. Los invitados, a cambio, se descubren a sí mismos revelando cosas que jamás habrían pensado contarle a nadie, ni mucho menos hacerlo en la televisión nacional. El programa de testimonios se ha transformado en terapia grupal”.
“Oprah es la vuelta al ruedo, el menú completo, grande, descarada, gritona, agresiva, excesiva, risible, adorable, conmovedora, tierna, ordinaria, genuina y hambrienta”, describía el columnista Howard Rosenberg. “Oprah es más afilada que Donahue, más ingeniosa, más auténtica y mucho más sincronizada con su audiencia y con el mundo”, admiraba Les Payne en Newsday. “La genialidad de Oprah fue coger el estilo inventado por Phil Donahue y darle un énfasis femenino. En vez de ejercer como árbitro del debate o limitarse a azuzar a sus invitados, Oprah se involucra abiertamente con ellos. Charla con ellos, se hace su amiga, intercambia intimidades. Es un estilo de conversación muy femenino y Oprah ha demostrado lo poderoso que puede ser”, analizaba Paul Harris.
Ella misma resumía el secreto de su éxito en “vulnerabilidad”. “Las personas aprecian que seas sincera, les permite sentirse más cómodas siendo ellas mismas”. “Oprah fue la primera persona real que presentó un programa de televisión”, resumió su productora Diane Atkinson-Hudson.
Durante aquellos primeros años, Oprah convirtió su lucha por adelgazar en un asunto nacional. No disimulaba lo difícil que era, ni ocultaba que sus problemas de autoestima venían porque varias de sus parejas la habían tratado mal. Cuando logró perder 30 kilos, apareció en el plató enfundada en unos vaqueros Calvin Klein de talla 40 y empujando una carretilla con 30 kilos de grasa para que la audiencia tuviese una referencia visual que aplaudir. Ella ha reconocido que se arrepiente de aquel instante de egolatría, sobre todo porque enseguida volvió a engordar lo que había perdido. “El objetivo del programa entonces era exponer cómo se siente la gente. Creo que parte de la disfuncionalidad de Estados Unidos proviene de la ilusión de que todos los demás son más felices que nosotros. Los programas de testimonios demostraron que todos tenemos más cosas en común que cosas que nos diferencian”, explicaba Winfrey.
“El movimiento feminista de los 70 abrió la puerta de la esfera doméstica y privada. El programa de Oprah cruzó esa puerta una década después. Construyó un nuevo espacio donde conversar sobre los problemas que angustiaban a los americanos, especialmente a las mujeres, como el divorcio, la depresión, el alcoholismo, el adulterio o el abuso infantil. Temas que nunca habían sido hablados con tanta sinceridad y empatía en televisión”, escribía Nicole Aschoff en Los nuevos profetas del capital.
Ningún tema parecía incomodar a Oprah, ni siquiera la raza. Ella solía decir que en su programa se sentía tan a gusto como cuando se sentaba en su sofá en pijama. En 1987, la productora ejecutiva Debra DiMaio viajó a Forsyth (Georgia) para preparar un programa especial en el que Oprah visitaría aquella comunidad. Ninguna persona negra había vivido allí desde 1912. Enseguida llegaron las llamadas telefónicas del Ku Klux Klan, pero la productora no se amedrentó: “Oprah siempre dice que solo existen dos emociones, el amor y el miedo, y nosotras no sentíamos ningún miedo”. Durante el programa, grabado en el ayuntamiento de Forsyth, Oprah se metió en el bolsillo a los aldeanos. “¡Déjala hablar! Gracias. Que hable la negra”, exclamó ante una carcajada general. Aquel episodio llevó a Winfrey a los titulares: había alcanzado un tipo de poder inédito.
En este afán de tratar conflictos sociales controvertidos y resolverlos en una hora mediante sentimientos y diálogo, Oprah Winfrey entrevistó a un grupo de skin heads. El resultado fue desastroso. En 1989 llevó a su plató a un asesino en serie y a varios familiares de sus ocho víctimas. “No debería estar haciendo esto”, pensó la presentadora, “Esto no está ayudando a nadie”. El programa nunca se emitió. A estas alturas la televisión matinal se estaba llenando de formatos similares (Jerry Springer, Ricki Lake, Geraldo Rivera) que no buscaban tanto la confesión íntima y catártica como el esperpento, la bronca y el escándalo. Eran programas que la audiencia veía para juzgar a los invitados y sentirse moralmente superior a ellos. Así que en 1994 Oprah decidió reconducir su programa. Basta de lamentos y quejas, había llegado el momento de actuar: había llegado el momento de quererse a una misma.
Ella comprendió que la habían puesto en la Tierra para animar a la gente, para ayudarle a “vivir su mejor vida”, a quererse, a creer en sí misma y a perseguir sus sueños. “Se acabó la victimización y la negatividad”, proclamaba, “Tenemos que pasar del ‘Somos disfuncionales’ al ‘¿Y qué vamos a hacer al respecto?’”. El primer paso fue incidir en la idea de “espiritualidad” pero despojarla de su connotación religiosa para que cualquiera pudiera adoptarla.
Las acciones solidarias formaron parte de esta nueva etapa. Según un estudio conjunto de las universidades de Plymouth y California, cuando alguien ve vídeos de Oprah se muestra el doble de dispuesto a ayudar a sus semejantes que cuando ve vídeos de comedias o documentales de naturaleza.
Esa es la Oprah más conocida en España. La mujer eufórica que ama la felicidad, cuyo público jalea extasiado todo lo que ocurre, que contagió a Tom Cruise de su energía hasta hacerle subirse a su sofá. La que congregó a 21.000 personas en un flashmob al ritmo de I Gotta Feeling de Black Eyed Peas en el que fue uno de los primeros vídeos virales de las redes sociales. La que en una ocasión se puso a repartir coches gratis entre la audiencia de su plató. Esa efusividad ante la reafirmación personal (“Voy a ser feliz porque así me lo he propuesto y mi felicidad empieza por quererme a mí misma”) ha ido invadiendo la cultura durante las últimas dos décadas y ahora es el lenguaje estándar de la música pop, de los reality shows y de las stories de Instagram.
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Esta nueva mentalidad coincidió con la creación del Club de lectura de Oprah en 1996. Una vez al mes, Winfrey elegía un libro que le había encantado y dedicaba un programa entero a charlar con su autora. Los libros solían ser historias femeninas, generalmente escritas por mujeres, con un mensaje inspirador. Oprah devolvió los escritores a la televisión estadounidense, con una audiencia de 13 millones gracias a que el formato de los episodios de Club de lectura no era muy distinto del habitual. Además de a la autora, Oprah invitaba a varias espectadoras para charlar sobre cómo el libro les había ayudado a crecer emocionalmente. ¿Podrían ser amigas de la protagonista? ¿Qué han aprendido acerca de sí mismas durante la lectura? Lo importante no era el libro como obra en sí, sino lo que aportaba a la lectora como persona.
Aparecer en el Club de lectura de Oprah significaba vender como mínimo un millón de ejemplares. Cuando La canción de Salomón de Toni Morrison recibió la distinción, su aumento en ventas fue mucho mayor que cuando Morrison recibió el Nobel de literatura. Sus recomendaciones también incluían clásicos de Faulkner, Tolstoi o Steinbeck. Se considera que Oprah Winfrey revitalizó la industria editorial americana con la efectividad que ninguna campaña gubernamental había logrado. Cuando ella misma se animó a publicar su propio libro sobre la relación con su cuerpo y su peso, recibió el mayor adelanto de la historia superando el de Bill Clinton. Posteriormente, Michelle Obama primero y su marido después batieron el récord de Oprah.
En 1998 estuvo a punto de abandonar, pero producir y protagonizar Beloved –que, a diferencia de su anterior película El color púrupura en 1986, no le dio una nominación al Oscar– le hizo comprender que tenía una responsabilidad más grande que ella misma. Estaba inspirando a que la gente tomase el control de sus destinos. “Me di cuenta de que no tengo derecho a retirarme, viniendo de una estirpe que no tenía voz, que no tenía poder. Se me ha dado esta bendición de hablar a las personas, de influirles para que marquen una diferencia en sus vidas”, explicó.
Oprah Winfrey entendió el poder de la televisión como poca gente lo ha hecho, pero sobre todo entendió cómo funciona Estados Unidos. Por eso ella opera, y controla los mandos, desde un vórtice en el que confluyen la política, la celebridad y las emociones. Las tres cosas que más importan en ese país. (En 2008, la campaña de John McCain trató de desprestigiar a Barack Obama reduciéndole a “celebrity” y comparándole con Britney Spears y Paris Hilton. Ese es un ejemplo de no entender cómo funciona la cultura americana: el carisma de celebridad que tenía Obama fue esencial para su victoria). Por eso Michael Jackson invitó a Oprah a su rancho Neverland para conceder su primera entrevista en 14 años y defenderse de las acusaciones de abusos sexuales. Hoy sigue siendo la entrevista más vista de la historia de Estados Unidos, con 36,5 millones de espectadores.
Desde entonces, toda estrella que buscase la comprensión de la sociedad ha recurrido a Oprah. Ellen DeGeneres le concedió su primera entrevista tras salir del armario, en un episodio que incluyó participaciones de espectadoras del público que explicaban que no tenían nada en contra de Ellen personalmente, pero que sabían que iba a arder en el infierno como la abominación que era. Lance Armstrong admitió que se había dopado, George Michael defendió que no había hecho nada malo cuando lo detuvieron por un escarceo sexual en un baño y Whitney Houston le explicó a Oprah cómo se enrolla un porro de cocaína. ¿Tenía previsto Whitney contar eso? Imposible, pero Oprah consigue que sus entrevistados se sientan a salvo. Consigue incluso que quieran impresionarla con su sinceridad. Ese es el poder de Oprah.
O uno de ellos, al menos, porque existe un concepto llamado así, “El poder de Oprah”, que se ha estudiado desde todos los ángulos. Se estima, por ejemplo, que su respaldo a Barack Obama le proporcionó un millón de votos en las primarias demócratas de 2007. Ese millón de votos le garantizó la candidatura. Cuando Winfrey dio un discurso con espíritu presidencial en los Globos de Oro de 2018, #Oprah2020 fue trending topic durante días. Su ímpetu como oradora devolvió la alegría a una nación desilusionada y, al fin y al cabo, la presidencia de Trump había demostrado que el pueblo americano no necesita que sus candidatos estén particularmente formados para el cargo. Porque Oprah tiene algo mejor que formación: optimismo.
En su libro El desmoronamiento, George Packer explica que esa noción de que tú puedes ser todo lo que te propongas, que basta con que decidas algo para conseguirlo, deja a sus espectadores sin excusas cuando fracasan. Según Packer, el pensamiento mágico de Oprah (que los pensamientos positivos conducen a la riqueza, al amor y al éxito) traslada el mensaje de que para solucionar tus problemas basta con creer que puedes hacerlo. Y eso pone mucha responsabilidad en el individuo pero, sobre todo, decide ignorar que existe un sistema que es injusto y no da las mismas oportunidades a todo el mundo. Además de llevar a su programa a gurús del pensamiento positivo como Dr. Phil o Dr. Oz, Winfrey ha incluido en su Club de lectura obras como El secreto, un ensayo de pseudociencia que basa en las leyes de la atracción: si crees en ello, se hará realidad.
El lema principal de Oprah Winfrey es “Vive tu mejor vida”. Y al igual que sus proverbios (“Lo que más temes no tiene poder. Tu miedo es lo que tiene poder”), encierra una lectura perversa: si no consigues lo que deseases es porque no era tu destino o no has trabajado lo suficiente. “El estilo terapéutico de comprender la experiencia femenina pasaba por desmarcarse del enfoque político y analizar los problemas en términos de ‘lo que necesitas es trabajar en ti misma’”, señala Janice Peck, autora del ensayo The Age of Oprah: Cultural Icon for the Neoliberal Era. Una de las observaciones que se ha hecho de la figura de Oprah es que, en muchos sentidos, perpetúa el estereotipo de la mujer negra que escucha, compadece y hace sentir mejor consigo misma a la mujer blanca.
El activismo amable de Oprah Winfrey la utiliza a ella como objeto y como sujeto. Ella es la muestra viviente de que el sueño americano es posible. “Todo está en tu cabeza”. “No te quejes por lo que no tienes, utiliza lo que sí tienes”. Peck explica que la filosofía de Oprah refuerza el énfasis neoliberal en el individuo. “En su revista, O, Winfrey ayuda a sus lectoras a ‘ver cada reto como una oportunidad de crecimiento, de descubrir la mejor versión de sí mismas y de abrazar su vida’. Si tu trabajo de 60 horas semanales en la oficina te deja entumecida, estresada y emocionalmente agotada, conviértete en una persona que piensa fuera de la caja porque la gente creativa es más sana. Pon fotos y figuritas alegres en tu escritorio. Escribe tres cosas positivas que te han ocurrido en la oficina al final de cada jornada. Al final de la revista, dos biblioterapeutas recomiendan una serie de libros sobre personajes que cambian su forma de pensar. Con ellos, las lectoras se evitarán ‘un viaje a la farmacia’. ¿Sientes claustrofobia? Lee La casa de la pradera”.
“Oprah reconoce la ansiedad y la alienación de nuestra sociedad”, escribe Nicole Aschoff, “Pero en vez de examinar las bases económicas o políticas de esos sentimientos, recomienda que nos miremos hacia dentro y nos adaptemos a las miserias y el estés que provoca el neoliberalismo. Los únicos ingredientes, además del capital cultural (formación), social (contactos) y económico (ahorros), son tu pasión y tu perseverancia. Pero en realidad el sueño americano apela a fantasías de cómo deseamos vivir. El sueño americano no es una descripción de una viva vivida, sino una visión de cómo la vida debería ser vivida”. Sin embargo, con su discurso en los Globos de Oro Oprah Winfrey por fin señaló al sistema de “horribles hombres blancos” que había impedido a mucha gente crecer.
Oprah Winfrey ha sido a menudo utilizada como ejemplo en seminarios de coaching emocional, pero también de marketing. Con sus episodios especiales de “Las cosas favoritas de Oprah”, Winfrey apela a una mentalidad extremadamente americana: que consumir y comprar proporciona felicidad. Además de regalar cosas en cada programa, desde cosméticos hasta coches Pontiac, a veces escogía a una persona y la liberaba de todas sus deudas. En ese universo, Oprah es omnipotente y su poder proviene de dos cosas que tiene para dar y tomar: emociones y dinero. Ella misma exhibe su propia riqueza, al celebrar eventos en algunas de sus múltiples residencias, pero nadie lo consideraría una ostentación de mal gusto (como si sería si, por ejemplo, hiciese lo mismo un hombre joven blanco que ha heredado una fortuna) porque Oprah se ha ganado el derecho a toda esa riqueza. Es la represenación del capitalismo en su estado más puro, atractivo y emocional.
El Wall Street Journal acuñó el término “Oprahficación” para describir la confesión pública como forma de terapia. “Winfrey comprendió el poder de la televisión para fundir lo público y lo privado. La televisión se consume en la intimidad del hogar y ella, como un miembro más de la familia, se sienta con nosotros durante la cena. Ella hace que nos importen sus invitados solo porque a ella le importan. Ese es su genio y ese será su legado. Los cambios que consiguió con su programa siguen permeando nuestra cultura y moldeando nuestras vidas”, analizó Time.
Lejos de explotar contenidos fáciles, Oprah llevó a personas LGTB a su programa cuando nadie más lo hacía (asegura que nunca ha recibido tanto correo de odio como cuando entrevistó a Ellen DeGeneres). Dedicó un episodio al islam semanas después del atentado contra las Torres Gemelas explicando que era una religión de paz y a menudo incomprendida. A principios de los 90, invitó a enfermos de sida para sensibilizar a la audiencia ante su situación marginal, derribar el estigma y neutralizar miedos infundados.
Bill Clinton ha sido descrito como “el hombre que trajo el estilo Oprah psico-confesional a la política”. “Cada vez que a un político le tiembla el labio inferior o que un presentador de telediario expresa una emoción, están saludando el culto a la confesión que Oprah ayudó a crear”, concluyó Newsweek. “Oprah dice mucho del momento actual y de la televisión, responable de crear este momento: queremos esperanza, inspiración, realización, liderazgo, un cambio de vida, un coche nuevo”, señaló la periodista Sarah LarsonOprah Winfrey ha sido, para bien y para mal, una figura instrumental en la creación del mundo en el que vivimos hoy. Un mundo guiado por las emociones, en el que existen conceptos como “coaching”, “marca personal” o “mindfulness”. La cultura se ha ido volviendo más sensible y, con ello, se le ha ido dando más peso al testimonio, a la experiencia y a la confesión por encima del análisis o la reflexión. Lo emocional ha reemplazado a lo político. La línea entre lo que es público y lo que es privado ya no existe.
Los debates se han llenado de tertulianos con posturas opuestas, incluso cuando una de esas posturas es inmoral, fantasiosa o directamente atenta contra los derechos humanos: se ha asimilado que todas las opiniones son válidas.
El mundo post-Oprah es un mundo en el que para defender la homosexualidad se recurre al amor (el lema “Love is love”), con la intención de hacerla parecer más inofensiva y menos depravada. Un mundo en el que la gente lee libros y ve películas o series en cuanto a que les ayuden a “descubrir cosas sobre sí mismos”, en una reafirmación del yo que a menudo bordea el narcisismo. Un mundo obsesionado con las celebridades y con las muestras eufóricas de entusiasmo: Oprah es, inevitablemente, la estrella perfecta para la cultura del “Yasss kween!”.
Pero sobre todo, es un mundo en el que el mercado ha empezado a absorber también a los seres humanos. Tú eres tu marca, tú eres tu proyecto, tú eres tu empresa: dedica toda tu energía, tu tiempo y tus emociones en prosperar porque solo tú recibirás los beneficios. Un mundo, en definitiva, en el que la falacia del sueño americano se ha extendido al planeta entero.
Y así es cómo la figura de Oprah se ha metamorfoseado por tercera vez. Primero fue una líder entre el pueblo, un Jesucristo que en vez de repartir panes y peces repartía Pontiacs. Después se autoerigió como predicadora, difundiendo mensajes que elevaban el ánimo y el espíritu de sus feligresas. No por casualidad, el alcalde de Nueva York Rudy Giuliani le pidió que condujese el evento “Plegaria por América” en el estadio de los Yankees tras los atentados del 11-S.
Y ahora, tras una década sin programa, se está volviendo más famosa, más querida y más poderosa que nunca. Está recogiendo los frutos que sembró durante los 80 y los 90: está siendo canonizada por una cultura que ella misma contribuyó a construir. Ahora está adquiriendo el estatus de creadora. Por eso nadie habla sobre su peso, ni sobre su soltería (lleva emparejada, sin casarse, desde 1986), ni sobre su decisión de no ser madre. Porque sería vulgarizarla. Sería faltarle al respeto. Y, en cierto modo, porque el pueblo ha dejado de ver a Oprah como una mujer y la percibe como un concepto.
En un capítulo de Futurama emitido en 1999 el profesor Farnsworth dejaba caer que el “Oprahismo” era una de las religiones más importantes en el año 3000. En aquel momento era una broma. Hoy lo sigue siendo, pero quizá un poco más comprensible. Quién sabe si dentro de mil años Futurama demuestra tener tanta clarividencia como su hermana mayor, Los Simpson, y millones de personas rezan ante altares a Oprah. ¿Es improbable? Sí, pero no mucho más que todo lo que ya ha ocurrido con Oprah Winfrey.
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