Cayetana Fitz-James Stuart y Silva,duquesa de Alba, vivió una vida tan larga (1926-2014) como intensa. De hecho, al repasar su álbum de fotos bien podría parecer que vivió tres vidas, absolutamente distintas las unas de las otras. Tres capítulos que coinciden con sus tres bodas, marcadas por las circunstancias de tres décadas muy distintas y por momentos vitales diferentes para Cayetana y su familia.
La primera, con Luis Martínez de Irujo y Artacoz, hijo del duque de Sotomayor, el 12 de octubre de 1947, la confirmó como una de las aristócratas más elegantes de Europa: fue recomendada por su padre, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó. La segunda, con el ex sacerdote Jesús Aguirre el 16 de marzo de 1978, fue un flechazo en toda regla con un intelecto afilado: junto a él pudo experimentar la intelectualidad hippy. La tercera, con el funcionario Alfonso Díez el 5 de octubre de 2011, en un gesto de absoluta libertad. Y eso que a su familia no le hizo mucha gracia.
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La primera boda de Cayetana, entonces duquesa de Montoro, con Luis Martínez de Irujo y Artacoz fue uno de los acontecimientos sociales de la época. De hecho, el periódico francés ‘Liberation’ la calificó «la boda más cara del mundo», pues costó cerca de 20 millones de pesetas de la época. Cuentan que se consumieron 700 kilos de pescado, 400 kilos de jamón y se bebieron 5.000 botellas de vino y 2.000 de champán. En la catedral de Sevilla, Cayetana lució un vestido de novia de chantilly y encaje de Bruselas del siglo XVIII.
Durante el viaje de novios de los Duques de Alba, Cayetana sorprendió al mundo con su estilo elegante y cosmopolita. En Hollywood, los recién casados alternaron con el actor Douglas Fairbanks, Jr., quien les organizó una fiesta, y con Gary Cooper, Cary Grant, Henry Fonda, Marlene Dietrich,Bing Crosby o Merle Oberon. Glamour absoluto.
Del matrimonio con Luis Martínez de Irujo nacieron los seis hijos de Cayetana, a cada uno de los cuales cedió un título nobiliario con Grandeza de España. La Duquesa de Alba enviudó en 1972 y en 1978 volvió a casarse con Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, ex sacerdote, doctor en Teología, traductor, editor y académico de izquierdas y, a decir del escritor Manuel Vicent, homosexual. Este segundo enlace en el Palacio de Liria fue más discreto: no acudieron los Reyes, pero sí 102 invitados entre aristócratas, bohemios, intelectuales y políticos.
Fue, de nuevo, «la boda del año», aunque pocos entendieran qué había visto una Grande de España en aquel hombre seco y algo desabrido. «Hay gente que no me perdona que me haya casado con un hombre inteligente. Pero somos muy felices juntos. No necesitamos a nadie más», reveló la duquesa a la prensa de la época. «Las fiestas me aburren, prefiero hablar con Jesús y escuchar música».
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“Era como un encantador de serpientes, mejor dicho, era la propia serpiente del paraíso dispuesto a regalar a cualquier Eva de alta cuna la manzana de su inteligencia divertida, cáustica y provocativa”, recordó sobre Aguirre Manuel Vicent. Los hijos de la Duquesa de Alba Eugenia, Cayetano y Fernando tampoco guardan buen recuerdo del ex sacerdote. “Aguirre fue pésimo para nosotros. Era muy culto, pero cero humano. Era muy malo”, desveló Eugenia. “Jesús fue nefasto, una cosa durísima y tremenda para todos”, dijo Cayetano. “Aguirre era un hombre muy retorcido”, declaró Fernando. Falleció de un cáncer de laringe en 2001, no sin antes haberle presentado a la Duquesa a uno de sus amigos, el funcionario del Ministerio de Trabajo Alfonso Díaz, con el que se casaría en 2011.
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Sus hijos no comprendieron esta tercera boda, además con un hombre 20 años menor. «He estado sola con este proyecto y solo he encontrado opiniones en contra, hasta que se han dado cuenta del calibre de hombre que es Alfonso«, declaró la novia el día antes de casarse. Así fue: sus hijos en principio sospecharon de sus intenciones, pero no pudieron hacer nada contra la férrea voluntad de su madre. Al final, reconocieron su honestidad. «Mamá tenía un gran miedo a la soledad y durante sus últimos años Alfonso Diez estuvo junto a ella», reconoció Cayetano. «Al resto de la familia nos aportaba simpatía y armonía en unas relaciones humanas tan deterioradas como las nuestras: él nos acercaba y relajaba tensión en los almuerzos».
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