"En China todos vestían con el traje Mao gris, nos miraban como extraterrestres"
Era la primera vez que me subía a un avión. Tenía 18 años y nunca había salido de Francia. Volamos a Nueva Delhi y a Bombay e hicimos un desfile para Indira Gandhi”, recuerda hoy la exmodelo de Pierre Cardin Maryse Gaspard (Provins, 1947) . Cuatro meses antes había llegado a la maison vestida con una falda beis y un sombrero de ala ancha. Quería trabajar en moda y había conseguido una cita con uno de los costureros más importantes de la época. Su encuentro con él duró menos de un minuto. El diseñador la observó de arriba abajo y le dijo tres cosas: “Quítate el sombrero”. “Camina”. “Estás contratada”.
Fue el principio de una relación que dura ya cincuenta años en la que ambos nombres han permanecido irremediablemente ligados. Para Cardin, Gaspard es su musa. Para Gaspard, Cardin es su creador. “Me cortó el pelo, me enseño a posar, a caminar… Convirtió a la chica provinciana casi en una top model”, recuerda con modestia. Pasó a formar parte del grupo de modelos fijas que trabajaban para la maison —en la Rue Faubourg Saint Honoré, considerada una de las calles más elegantes del mundo— y desfilaba para las clientas que acudían al cuartel general del diseñador a adquirir sus creaciones de alta costura. “Había veces que una sola se llevaba 15 o 20 modelos. Eran otros tiempos”, recuerda.
Entre Gaspard y Cardin hubo química desde el principio, y el francés la eligió como modelo para defender sus creaciones: “Pintaba los trajes en el suelo y luego los cosía sobre mí. ¿Ve todos esos modelos? —señala los maniquís que nos rodean, expuestos en el Museo Cardin, donde estamos haciendo la entrevista—. Se concibieron sobre mí”.
Es difícil imaginar que esta mujer estilizada, de gestos elegantes, pudo ser alguna vez provinciana. “Nací en un pueblo de doce mil habitantes. Mi padre dirigía una fábrica, mi madre era ama de casa. Crecí en un entorno acomodado pero sin lujos”. Desde muy pequeña se interesó por la moda y el dibujo, y gracias a Cardin pudo materializar sus sueños. Durante estos cincuenta años, se ha mantenido fiel a su imagen. “No me interesan las corrientes. Tengo mi personalidad. No pienso hacerme cirugía estética. Quiero quedarme como soy. Tampoco me tiño las canas. ¿Por qué esconderlas? Acepto sin complejos mi edad”, asegura con voz tierna, como de abuela que hablara a su nieta, tan alejada de su aspecto distante de musa posmoderna.
Lleva el pelo tirante recogido en un moño y unas gafas oscuras que le otorgan un aire misterioso. “Empecé a utilizarlas por timidez. Ahora no salgo sin ellas. Aunque llueva o vaya al teatro”, explica. Pierre Cardin ha querido rendir homenaje a esa extravagancia, y ha lanzado unas gafas de sol con su nombre, Maryse, que hoy la modelo luce entusiasmada para las fotos. “¿Cómo me coloco? ¿Así? Dígame lo que quiere que haga”, pregunta obediente al fotógrafo.
Gaspard recorrió el mundo con la troupe Pierre Cardin. Un grupo de profesionales que incluía a André Oliver, socio del modisto durante 40 años, y a la directora de moda Nicole Alphand, una de las mujeres más elegantes de su época, casada con el embajador de Francia en Estados Unidos e íntima amiga de Jackie Kennedy. “Allá donde aterrizábamos nos recibían con honores de jefe de Estado. Viajábamos rodeados de lujo, conocimos a grandes personalidades”, recuerda la francesa. Ambos fallecieron prematuramente, a los 61 años, y Gaspard ocupó el puesto de directora de moda de la maison.
Ha cenado con reyes, presidentes, artistas, magnates. “Siempre como acompañante de Pierre Cardin”, puntualiza queriendo mantener un segundo plano. Y ha vestido a las mujeres más elegantes y poderosas del siglo XX: Raisa Gorbachov, Indira Gandhi o la reina Noor de Jordania, de la que guarda especial recuerdo: “La conocí en Londres cuando fuimos a presentarle la colección. Luego tuve que ir a Jordania a probarle la ropa. Me invitó a recorrer su país pero yo tenía mucho trabajo. Cuando volvió a París quiso conocer a mi hija, que acababa de nacer”.
Desde que se subiera por primera vez a un avión ya no volvió a bajarse. De China hasta Arabia Saudí, pasando por Brasil o Cuba, Gaspard ha visitado cientos de países y desfilado en los lugares más insólitos. “Cardin fue el primero en viajar a China. Hasta el embajador de Francia se lo desaconsejó: ‘Pero querido, este país es comunista. ¡Aquí no tienes nada que hacer!’. Todos, hombres y mujeres vestían con el uniforme Mao gris. Nos miraban como si fuéramos extraterrestres”. Allí, en 1979, protagonizó un desfile en la Gran Muralla china. “Hay una foto mía vestida con una muselina multicolor que dio la vuelta al mundo. Está en todos los libros de moda”, recuerda.
Pero si tuviera que elegir un desfile se queda con el que organizó en la Plaza Roja de Moscú en 1991. “Había cerca de doscientas mil personas y el cielo estaba cubierto de globos areostáticos. Éramos cien modelos desfilando con música de Jean Michel Jarre. Luego nos recibió el matrimonio Gorbachov. Mire, aún hoy se me pone la carne de gallina”, asegura mientras desnuda su antebrazo.
Además de Pierre Cardin, hay otro hombre fundamental en la vida de Maryse. Jean Charles Gaspard conoció a su novia cuando tenía 26 años y ella era diez años menor. “Él me animó a acudir a Pierre Cardin. Nunca hubiera tenido la pretensión de convertirme en modelo”, continúa. Jean-Charles y Maryse se casaron en 1975 y tuvieron a su única hija, Charlotte. Su marido, antiguo relaciones públicas de una multinacional farmacéutica, vive felizmente retirado y volcado en su pasión, el arte. Pero ella, a sus 67 años, no se imagina sin trabajar, y ocupa con orgullo su cargo de directora de moda además de dirigir la tienda de Pierre Cardin: “Soy curiosa y apasionada. Y me gusta mucho este mundo”, confirma. Por eso, cuando escucha hablar de la elegancia y el chic de la parisina, se desespera. “¿Dónde está? ¡Yo no lo veo! Vaqueros, sneakers… Todo el mundo se viste igual. Nadie tiene personalidad”.
_Esta entrevista se publicó en el número 93 de Vanity Fair.
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