Este particular verano nos ha ‘invitado’ a regodearnos en nuestro lodazal y a no cruzar las fronteras para visitar otros charcos. Esta distopía nos ha permitido recordar que España tiene cerca de 8.000 kilómetros de costa o confirmar que la comarca de Matarraña (Teruel) es más bonita que la Toscana italiana. Salves patrióticas aparte, nos hemos mirado tanto el ombligo que nos hemos dado el lujo de reflexionar sobre él. Hoy analizamos dos de nuestros destinos vacacionales más populares y distintos entre sí: Benidorm y Marbella.
Los orígenes del interés turístico de Benidorm están en los Baños de la Virgen del Sufragio. Un balneario a pie del Mediterráneo que fue inaugurado en 1893 por Francisco Ronda y Galindo para atender la demanda de baños de sal de los visitantes de Alcoy, Madrid y otras localidades de interior. Desde la capital, en tren ‘Botijo’, se tardaba en llegar 14 horas hasta Alicante, donde se tomaba el coche-diligencia a Benidorm. El empresario también ofertaba casas completas para familias “desde el módico precio de 3 pesetas diarias en adelante”, según su primer folleto de propaganda. En 1852 la ‘Nueva Guía de Bañistas en España’ de Aureliano Maestre de San Juan ya destacaba la calidad estas playas alargadas, de arena fina y aguas cálidas y mansas como uno de los mayores atractivos de la provincia. A partir de los años veinte del pasado siglo los más avispados pescadores de este pueblo de apenas cuatro calles, animados por lo visto con sus propios ojos en otros puertos, decidieron reconvertirse en hosteleros. El resto de los vecinos, unos 6.000 entonces, recibieron el impulso necesario para subirse a esta ola en 1952 cuando cerró la Almadraba del Racó de l’Oix a falta de bonitos que atrapar con sus redes.
Cuatro años después el alcalde Pedro Zaragoza Orts, al que se le ha acreditado erróneamente como el artífice del milagro turístico de Benidorm, aprobó un nuevo plan de ordenamiento urbanístico que sentaba las bases (sobre calles bien trazadas y amplias avenidas siguiendo la configuración natural de las playas) de una nueva ciudad pensada para el ocio vacacional. En 1963 una nueva ley permitió aumentar la altura de los edificios sin pecado concebidos hasta convertirlos en rascacielos. Benidorm, delimitada por un costado por el mar Mediterráneo y por otro por la sierra Helada, se había quedado pequeña. Hoy es la segunda ciudad del mundo con más densidad de rascacielos por metro cuadrado. Sólo la supera Nueva York. Cómo para reírse cuando las comparan.
Su población crecía al 130% anualmente además de tener su propio festival, el Festival Internacional de la Canción de Benidorm, inspirado en el de San Remo desde 1959. Sobre sus tablas pisaron (hasta su extinción en 2006) el Dúo Dinámico, Raphael, Betty Missiego, Julio Iglesias, Rosa Morena, Dyango, Karina, Pasión Vega o la Década Prodigiosa. Benidorm ha servido también como plató de más de 300 películas entre las que destaca Huevos de oro, dirigida por Bigas Luna y protagonizada por Maribel Verdú y Javier Bardem.
La aparición del SEAT 600 propició que muchas más familias medias españolas se acercasen hasta este rincón de la Costa Blanca acompañadas de las francesas y sus bikinis (que también lo hacían por carretera). Los turistas ingleses aparecieron a partir de 1970 cuando se inauguró el aeropuerto de El Altet (Alicante-Elche). Los hoteles conocidos como “hotelfábrica” se construyeron en tiempo record para poder dar cobijo a todos los que lo demandasen el verano siguiente.
Benidorm no es pasto de familias reales pero en ella se instaló el rey de la canción popular, Manolo Escobar –desde 1964 hasta su muerte hace 7 años–, también actuaba cada noche la reina del acordeón, María Jesús Grados Ventura conocida como ‘María Jesús y su acordeón’, hasta su despedida de los escenarios el otoño pasado y en esta localidad veranea desde su infancia la princesa del pueblo. Porque sí, el episodio más famoso de la historia de El Tomate, aquel en que Belén Esteban grita a su hija “Andreita, coño, cómete el pollo”, ocurrió en Benidorm.
El Hotel Carlos I presume de acoger regularmente en sus habitaciones a Miguel Induráin, David Guetta, Norma Duval y su pareja Matthias Kühn. Y si la noche te confunde no es improbable que te topes por la zona de copas con Dinio. Es la magia de Benidorm, una ciudad del pueblo para el pueblo; que te mira a la cara –a pesar de los rascacielos- sin atender a los títulos. Benidorm no se tiene que preocupar de mantener su esencia, porque desde su origen radica en la mezcla desprejuiciada de gente que quiere olvidarse de septiembre.
Y mientras… Marbella
Alfonso de Hohenlohe-Langenburg concibió la Marbella de la flor y nata en los años cincuenta tras edificar el Marbella Club alrededor del cortijo familiar que hoy hace las funciones de bar-restaurante de este complejo hotelero. El príncipe seguía con este proyecto los pasos de su tío Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey, que en 1945 había abierto un motel de aire estadounidense al que bautizó como ‘El Rodeo’. El ahijado de Alfonso XIII se valió de sus nobles parientes y colegas de fama internacional para atraer a más clientes solventes hasta este rincón de la Costa del Sol. José Banús –promotor de Puerto Banús y Nueva Andalucía- o Ignacio Coca –que fundó Los Monteros y el Club de Golf Río Real– se avinieron rápidamente al plan.
Dos lustros después estrellas como Audrey Hepburn, Ava Gardner y Cary Grant se sumaron a los Thyssen, los Bismark o los Füstenberg que habían caído rendidos a los encantos de este “sitio especial para gente especial” (como rezaba el eslogan de la inmobiliaria Panorama). El 5 de julio de 1969 Jaime de Mora inauguró el club Las Fuentes del Rodeo para que tan selecta clientela pudiese disfrutar de sus dotes al piano por el módico precio de una peseta. A la hora de repartir los beneficios con sus socios, el hermano de la reina Fabiola de Bélgica hacía gala de una vena filantrópica que se le desconocía asegurando que iba a “entregar un regalo a los pobres de Marbella; y el resto para otro pobre que se llama Jaime de Mora y Aragón”.
Bajo la tutela de este noble sin título nacieron ‘Los Choris’, un grupo formado por unos jovencísimos Luis Ortiz (que acabó casándose con el icono marbellí transgeneracional Gunilla von Bismark), Yeyo Llagostera, Jorge Morán y Antonio Arribas; un playboy que gracias a que se daba un aire a Sandokán logró conquistar el corazón y empolvar la nariz de mujeres como Linda Christian, Carmina Ordóñez y Mila Ximénez. Este cuarteto llegó a regentar una decena de negocios, entre ellos el club de playa Rodeo Beach, que fueron cerrando escalonadamente, según reconoció Yeyo en una entrevista a Vanity Fair el verano pasado, “porque nos lo bebíamos todo e invitábamos a mucha gente”.
El 4 de julio de 1977 contrajeron matrimonio, en la parroquia de la Virgen Madre de la Nueva Andalucía, Alfonso Martínez de Irujo (segundo hijo de la desaparecida duquesa de Alba, que poseía la finca ‘Las Cañas’ en la localidad) y su alteza serenísima la princesa María de Hohenlohe-Langenburg. Seis años después se casaron Lolita Flores y Guillermo Furiase en la sacristía de la Encarnación. La familia González Flores era propietaria de ‘Los Gitanillos’.
Entre estos dos enlaces, atraídos por el príncipe heredero Fahd de Arabia Saudí –que disfrutaba de varias villas en Marbella-, se asentaron los primeros huéspedes de Oriente, como el jeque Zayed bin Sultán Al Nahyan, el presidente de los Emiratos Árabes o el emir de Abu Dabi. En los años 80 la tranquilidadmarbellí se vio perturbada por la presencia de los paparazzi. Las personalidades más discretas se refugiaron en sus fincas cediendo todo el protagonismo a los nuevos ricos; como Isabel Preysler y Miguel Boyer, Mario Vargas Llosa, Bárbara Rey, Norma Duval y Marc Ostarcevic o Carmen Cervera.
Fue durante esta década cuando el modelo turístico de la ciudad malagueña, basado en el respeto a al entorno natural y los cortijos de planta baja alejados entre ellos y de la orilla del mar, se antojó perecedero. Jesús Gil y Gil irrumpió en este vergel con el objeto de alicatarlo hasta el firmamento. Después de pagar 81 millones de pesetas por la construcción ilegal de un bloque el entonces presidente del Atlético de Madrid comprendió que iba a ser más fácil –y rentable- conseguir su sueño faraónico con el bastón de mando entre sus dedos. Fundó el GIL (Grupo Independiente Liberal) y en 1991 se convirtió en alcalde de Marbella.
Algunos vecinos, enemigos de las políticas de Gil, se deshicieron de sus coquetas propiedades. Pronto acabaron convertidas en apartamentos. Sean Connery ha pasado a la historia como aquel colono primigenio que se enfrentó a este nuevo modelo vacacional, pero lo cierto es que el actor no hizo las maletas hasta que partió las peras con el representante del pueblo por un lío de derechos de imagen tras publicarse un vídeo promocional en el que el escocés cantaba alabanzas a las medidas de Gil. La princesa Soraya de Irán, por hábito o por temor a perder el equilibrio, retuvo fija su mirada triste en el champán impermeable a la tormenta política. Otros muchos no sólo se quedaron –como los antes citados Jaime, Luis y Gunilla– sino que defendieron a quien prometió “enriquecerse, pero repartir la riqueza con los marbellíes”, incluso durante su paso por el penal de Alhaurín de la Torre.
“Unos que ríen, otros llorarán… la vida sigue igual”. Aparecieron entonces en escena, durante el gobierno gilista, Julio Iglesias (que adquirió su propiedad rebautizada como uno de sus álbumes de estudio, ‘Cuatro lunas’, a un jeque libanés), Prince y Cynthia Lennon siguieron sus pasos y la locutora Encarna Sánchez se construyó la Gaviota (que después compró el actor malagueño Antonio Banderas).
En 2002 Jesús Gil fue condenado por malversar 4.442 millones de pesetas y quedó inhabilitado para su cargo de edil. Le sustituyó Julián Muñoz ‘El cachuli’, con el que no tuvo ningún problema en lavar los trapos sucios en el plató de Salsa Rosa. Los paños del consistorio y los de la casa del nuevo alcalde; que se había apartado de su mujer, Mayte Zaldívar, tras cruzarse una mirada de pasión con la tonadillera Isabel Pantoja (a la que poco antes –o a la vez– había contratado como imagen de Marbella para atraer a turistas) que les salió muy cara. La operación Malaya se llevó consigo cualquier esfuerzo por recuperar la buena imagen internacional de la localidad malagueña. Hoy, sepultada bajo los chascarrillos de las bolsas de basura repletas de billetes, a Marbella le está costando recuperar su esplendor, su más pura esencia –mezcla de reyes exiliados, estrellas de cine y buscavidas–. Se precipitó al vender su alma al diablo del ladrillo.
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