Ha hecho falta que pasasen muchos años y que Steven Spielberg entendiera muchas cosas para que la frase más célebre de su obra maestra absoluta tenga sentido completo. En E.T. el extraterrestre un alien extraviado que desafiaba a las convenciones de género ya en 1982, travestido y saliendo de un armario, pronunciaba "mi casa, teléfono" para explicar a su amigo humano Elliot (Henry Thomas) que necesitaba volver a contactar con los suyos, con la familia que le había dejado, en una versión adelantada a su tiempo e interplanetaría de la saga de Macaulay Culkin, "solo en la Tierra". El doblaje al español optó por una traducción creativa de aquel "phone home" de la versión original, una cacofonía para recordar algo tan sencillo como que hay que llamar a casa de vez en cuando.
La figura del padre ausente fue una constante en el cine de Spielberg, una casilla que marcaba película tras película. Desde la madre soltera que no tenía a quien recurrir cuando abducían a su pequeño en Encuentros en la tercera fase al impostor encarnado por Christopher Walken en Atrápame si puedes o el paleontólogo reacio a tener hijos de Parque Jurásico, no ha habido un retrato de familia en el que el director más popular del último medio siglo no extrañara esa referencia paterna. Por supuesto, también sucedía en E.T., en la que el padre de Elliot estaba "con Sally en México", disfrutando de vacaciones con su nueva pareja mientras su ex tenía que lidiar con tres hijos y un ser llegado de otro mundo. Todo el contacto se reducía a algunas llamadas. Se entiende ahora mejor que lo que unía a Elliot no era sólo una conexión (senti)mental, sino también su deseo de hacer y recibir llamadas de teléfono que les hicieran sentir que seguía existiendo algo llamado hogar.
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El propio director lo contó en el documental que HBO le dedicó en 2017. Sus padres, Arnold Spielberg, un talentoso ingeniero electrónico, y Leah Posner, una concertista de piano, se casaron en 1945, tuvieron cuatro hijos –Steven el mayor y único varón– y se divorciaron 20 años después. El día que la pareja se lo contó su reacción fue la de un adolescente furioso y desconcertado: señaló a Arnold, un hombre absorbido por su trabajo, como el culpable de la ruptura. "Mi padre se echó a llorar y yo comencé a gritarle que era un llorica", contaba. "Lo mismo que hacía uno de los hijos del personaje de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase". Lo cierto era que Leah se había enamorado del mejor amigo de Arnold, Bernie Adler, con el que se fue a vivir poco después de la separación. El padre de Steven, con el corazón roto, prefirió que pensasen que era él quien dejaba a la madre, a la que consideraba demasiado frágil para soportar el juicio de sus hijos.
En 1995 murió Bernie Adler, el padrastro de Steven, a los 75 años. Alrededor de esa época se produjo un acercamiento entre Arnold y su hijo, que culminó con Salvar al soldado Ryan (1998) , la película con la que Spielberg homenajeó a su padre y los amigos que combatieron a su lado en la 2ª Guerra Mundial. Por primera vez recordó que en algún momento la había mirado como a un héroe. Y también por primera vez Arnold sintió el cariño al que había renunciado para proteger a Leah. Steven dedicó el Oscar que ganó como mejor director a su padre. El anterior lo había recogido por La lista de Schindler cinco años antes, una noche en la que le acompañó su madre en el patio de butacas y a quien llamó "su amuleto de la suerte" . Esta vez Arnold sí estaba presente para escuchar a su hijo agradecerle que le ayudara a conocer una parte de la Historia de la que había sido protagonista.
Coincidiendo con su necesidad de hacer lo que él insistía en llamar "películas adultas" Spielberg había incumplido una de las promesas que se hizo de adolescente: nunca expondría a un hijo suyo a un divorcio. En 1985 se acabó su relación con la actriz Amy Irving, con la que había tenido poco antes a su primer hijo, Max. Durante el rodaje de El templo maldito se enamoró de otra actriz, Kate Capshaw, y con ella acabó formando una nueva y numerosísima familia: cada uno aportaba un hijo de sus relaciones anteriores y juntos tuvieron cinco más. Comenzó a atisbar la idea de que el fracaso en un matrimonio no era culpa exclusiva de una persona.
Steven y Arnold estuvieron alrededor de 15 sin apenas hablarse. Sin saberlo, durante ese tiempo, con ese secreto de familia que Arnold prefirió guardar, alimentó el rencor de su hijo. También su universo narrativo.
Cuando finalmente se reveló la verdad, Steven tuvo la imagen completa de la separación que le marcó. La trilogía política que componen Munich (2005) , Lincoln (2012) y El puente de los espías (2015) sería hoy inimaginable si no hubiera recibido esa información que sus películas adultas precisaban.
Además, logró que Arnold volviera a sentirse un miembro de la familia que había protegido a costa de su propio dolor. Como él mismo admite, y a pesar de haberse casado en dos ocasiones más, Arnold siempre había seguido enamorado de su primera mujer. En unas imágenes emocionantes del documental de HBO, se ve a los que fueron matrimonio, ya ancianos, dándose la mano y cuidándose en los últimos tiempos. Leah murió en febrero de 2017 a los 97 años. Arnold, con 14 nietos y 22 bisnietos, ha fallecido a los 103 años este martes en su casa de Los Ángeles.
El padre que pasaba demasiado tiempo fuera de casa, el hombre al que su hijo aprendió a culpar de todo, el héroe paciente que esperó a que el tiempo le cediera un lugar en la historia, pudo contemplar tranquilo cómo contribuyó a que el director más popular de los últimos cincuenta años siguiera siéndolo a pesar de haber construido su carrera sobre una ausencia que no era tal.
Artículo publicado originalmente el 24 de diciembre de 2018 y actualizado.
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