"A mí y a mi hijo Mario nos detuvieron en casa; a mi hija, en la suya; a mi yerno, cuando iba en el coche… ¡Fue un montaje policial digno de terroristas de ETA! Eran las ocho de la mañana y me avisaron de que estaba la Guardia Civil. Bajé y me encontré con la secretaria del juzgado que traía un auto de entrada y regis- tro. ‘Entrar ya han entrado. Ahora registren lo que quieran’. A continuación, un agente me detuvo. Esta actuación no estaba contemplada por el juez. Aun así, entregué mi móvil y colaboré. Mi hijo se acababa de despertar. Al ver el espectáculo, no dio crédito. También lo detuvieron. Estuvimos todo el día en casa, sin libertad de movimientos, mientras hacían el registro y el volcado de la información de los ordenadores. Ya entrada la noche, nos trasladaron a la comandancia de la Guardia Civil de Tres Cantos (Madrid). Mi hijo iba en un coche y yo en otro. A lo largo del interminable día, supe que habían hecho lo mismo con mi hija. Me encontré con ellos en el calabozo. Ese fue el momento más duro de todos. Alejandra estaba nerviosa. No podíamos hablar, solo cuando coincidíamos en el pasillo. La puerta de mi celda tenía un hueco por el que, si me tumbaba, podía verla andar. Cuando observaba sus pasos, me tranquilizaba. En un momento en el que la dejaron salir, se paró frente a mi calabozo y, con los ojos llenos de lágrimas, me preguntó: Papá, ¿qué hago aquí?”.
El 11 de abril de 2016, Mario Conde Conde(Tuy, 1948), su hija Alejandra, su hijo Mario y su yerno, el banquero Fernando Guasch Vega-Penichet, fueron detenidos y acusados de ocho delitos contra la Hacienda pública, blanqueo de capitales, organización criminal y alzamiento de bienes. Santiago Pedraz, juez de la Audiencia Nacional, sospechaba que la familia había repatriado 13,06 millones de euros desde Suiza, presuntamente saqueados a Banesto. “Ese día musita Mario, quien, a pesar de tener un catarro agarrado en la garganta, aspira el tercer cigarrillo de la mañana. “Lo primero que pensé fue que todo lo ocurrido había sido premeditado. Creyeron que la única manera de desestabilizarme era encerrar a mis hijos, como si fuesen unos rehenes con los que conseguir tenerme atado. Que quizá así sería más fácil arrancarme la confesión de dónde estaba el dinero, como repetía el incansable teniente Neira [uno e los mandos de la Guardia Civil].
Pero quien supuestamente hizo esto no calibró su dignidad, fortaleza y resistencia. No han logrado separarnos, sino unirnos de una manera muy intensa. Aparte de que, claro, no podía confesar dónde estaba un dinero que no existía”, reflexiona clavándome su hipnótica mirada.—¿Insinúa que han sido víctimas de una conspiración?
—Me limito a dar datos. Creo que la ausencia de pruebas era groseramente obvia. No había nada desde el principio. Eso ya es un hecho.Y no habiendo nada se montó la mundial. ¿Entonces? ¿Por qué la barbaridad del tratamiento desinformativo dirigido a provocar nuestro ingreso en prisión? Uno, que ya está acostumbrado, cree que hay alguien que lo ha movido.
—¿Quién podría ser?
—No puedo acusar a nadie; pero sí, me suena que algo hay.
Estamos en su domicilio, ubicado en el número 63 de la calle Triana de Madrid, en el barrio de Nueva España, una zona repleta de mansiones y embajadas. “En esta casa hemos pasado épocas fantásticas. Fue donde se criaron Mario y Alejandra, donde celebramos la entrada en Antibióticos, su posterior venta, la etapa del banco… y de aquí salió Lourdes [Arroyo], mi mujer, para morir”, me cuenta mientras exhala una densa humareda blanca que lo hace desaparecer por unos segundos. Mide 180 centímetros y es como lo describen las crónicas: pelo perfectamente engominado, corbata ligeramen- te ladeada, solapas de la americana por dentro, locuaz conversador … y sí, un seductor. Aquí, donde vive desde 1984, arrancó la Operación Fénix hace tres años. “Abrían los telediarios con la noticia, se hicieron programas especiales, la Fiscalía mandó un comunicado excitando a los medios, algún miembro de la UCO incluso se prestó a salir en un supuesto espacio de investigación… ¡Fue vomitivo y brutal!”, recuerda. La residencia es el reflejo de sus avatares. El estudiante de Derecho que obtuvo matrícula de honor en Deusto. El primero de su promoción de abogado del Estado en 1972. El joven que se hizo millonario gracias a la venta de los laboratorios farmacéuticos Antibióticos S. A. junto a su amigo, el poderoso empresario Juan Abelló. El hijo de un inspector de aduanas y un ama de casa que, en 1987, con 39 años llegó a la presidencia del Banco Español de Crédito (Banesto) e intimó con don Juan, el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Jesús Polanco. El financiero más deseado de España, al que muchos le auguraron un futuro como presidente del Gobierno. “Con toda la humildad, creo que si lo hubiera intentado, lo habría conseguido”. Pero también el preso 9435726448 de Alcalá Meco y uno de los personajes más controvertidos de la historia de nuestro país. El cielo y el infierno.
A partir de 1994, Mario Conde se enfrentó a varios procesos judiciales vinculados con el llamado caso Banesto, considerado el mayor escándalo financiero de la década de los noventa. Por el primero, Argentia Trust, el Tribunal Supremo lo condenó por apropiación indebida y falsedad en documento mercantil. La acusación: desviar 600 millones de pesetas —3,6 millones de euros— de Banesto a una cuenta suiza de la sociedad Argentia Trust. Conde sostenía que pagó a esta empresa por trabajos jurídicos, financieros y de marketing. El tribunal, sin embargo, sentenció que había ingresado esa cantidad a una entidad que “fue meramente vehículo para orientar el dinero en dirección desconocida”. Lo condenaron a cuatro años y seis meses de prisión —de los que cumplió año y medio—, a pagar una multa de 15 millones de pesetas —90.000 euros— y a indemnizar a Banesto con 600 millones de pesetas. Era 1998, cuatro años después de que el Banco de España interviniera Banesto tras detectar un agujero patrimonial de más de 600.000 millones de pesetas —3.600 millones de euros—. Fue el principio del fin.
En 2002, el Tribunal Supremo lo sentenció por el caso Banesto a 20 años de cárcel por un delito de estafa y apropiación indebida. Además, le impuso una responsabilidad civil de 3.736 millones de pesetas —22 millones de euros—. Conde pasó cuatro años en la cárcel y consiguió el tercer grado en 2005. Mario Conde siempre ha mantenido su inocencia.Según él, la intervención de Banesto fue consecuencia de voluntades políticas —“Aznar ha sido el enemigo más activo que he tenido”— que lo veían como un hombre peligroso y ávido de poder. ¿Se benefició personalmente de su gestión al frente de Banesto? ¿Cuál es el paradero actual del dinero sustraído del banco?
En esta casa se respira nostalgia. No hay agua en la piscina, el jardín está yermo y la profusa tapicería de brocados dorados evidencia el paso del tiempo. Hace tres años, intentó desprenderse de este palacete, lo puso en el mercado por 3,7 millones de euros y encontró comprador, pero la Audiencia Nacional frenó su venta. ¿No era Mario Conde millonario?, pregunto. “Lo fui desde los 37 años, pero ya no. Este proceso ha sido devastador. Hemos tenido que aprender a sobrevivir, aunque era difícil con las cuentas y los bienes congelados. No teníamos para nada, absolutamente para nada. Subsistimos como pudimos. ¡Horrible!”, matiza.
El año 2016 no empezó bien para él. En febrero, poco antes de su detención, firmó el divorcio de su segunda mujer, la profesora de Derecho María Pérez-Ugena, a la que había conocido en un gimnasio en 2009, dos años después de la muerte de su primera esposa a causa de un cáncer. Se casaron en Galicia en 2010. Tras su ruptura, el empresario se ha dejado ver on la sevillana Pilar Marín, 27 años más joven. “No está en mis planes casarme. ¡No sé por qué os empeñáis!”, me advierte sin dejar de sonreír.
El sol lo inunda todo. Mario no está solo. Además de su fiel secretaria, Paloma Aliende, sonriente y dispues- ta, lo acompañan sus hijos. Mario, el mayor, de 44 años, licenciado en Derecho y Empresariales por ICADE, vive con él. Está en la planta de arriba, pero no se le oye. Ni tan siquiera bajará a saludarnos. No es mala educación, sino un firme convencimiento de no aparecer en la prensa. Terminó de reafirmarse en su decisión cuando el 13 de abril de 2016, al salir de declarar en la Audiencia Nacional —lo pusieron en libertad con medidas cautelares—, tuvo que zafarse de los fotógrafos y periodistas. Ese asedio le recordó la persecución que experimentó en grado menor entre 2009 y 2012 cuando mantuvo un noviazgo con la modelo Laura Ponte, entonces recién separada de Beltrán Gómez-Acebo, primo del rey Felipe VI. En cambio, Alejandra, de 42 años, licenciada en Derecho y máster en Bolsa por el Instituto de Estudios Bursátiles de Madrid (IEB), sí Eha aceptado ser fotografiada junto a su padre y nos concede, también por primera vez y en exclusiva, una entrevista.
Esta vez el escándalo no solo salpicaba al banquero. También arrastraba a su hijos, Mario y Alejandra. La hija de Conde fue detenida por su papel como presunta “codirectora” de una trama de blanqueo de capitales. En efecto, era la administradora de Hogar y Cosmética Española S. A., sociedad que se creía que la familia había usado como pantalla para repatriar 13,06 millones de euros desde Suiza. La Fiscalía vio indicios de delito al sospechar que ese dinero podía proceder de las arcas de Banesto. El juez Pedraz inició las diligencias. Mario Conde se defiende: “Esa cantidad venía de la venta de Antibióticos por 450 millones de dólares [400 millones de euros]. Una parte de ese dinero se ingresó en una cuenta suiza en 1987. Pero, en 1990 [tres años después de llegar a Banesto y 17 años después de su boda], mi mujer y yo decidimos hacer una separación de bienes y acordamos que ella se quedaría con esa cantidad. Al morir, la heredaron mis hijos. Un inspector de Hacienda ha investigado el patrimonio de mi familia desde 1982 y no ha encontrado ni una sola peseta por apropiación indebida de Banesto”.
La benjamina de la casa es una mujer enérgica y de mirada enigmática. Le encanta la moda. Lleva zapatos de Miguel Palacio, la marca que ha relanzado junto al diseñador, y se preocupa por los detalles del estilismo durante la sesión. Nació en abril de 1977, unos meses después de que su padre abandonase la Administración pública para convertirse en director general adjunto de Laboratorios Abelló, empresa cuyo producto estrella era el antigripal Frenadol, propiedad de la familia de Juan Abelló. Este, uno de los hombres más ricos de España y un importante coleccionista de arte, formó junto a Conde un tándem imbatible hasta que su amistad se rompió.
Cuando su padre se volvió multimillonario, Alejandra estaba a punto de cumplir 10 años. Era la Nochevieja de 1986 y Mario despedía el año con la operación privada más espectacular hasta la fecha: la venta de Antibióticos S. A., unos laboratorios farmacéuticos en los que él y Abelló habían invertido. El empresario comenzó a vivir como lo que era. Compró cuadros de Picasso, Braque y Juan Gris, fincas —Los Carrizos, en Sevilla, y La Salceda, en Ciudad Real— y mandó construir un fabuloso yate que todavía hoy se recuerda como un prodigio de la náutica comparable a la embarcación del magnate Gianni Agnelli. Mantenerlo, según contó El País, costaba unos 100 millones de pesetas —600.000 euros— al año. “Estaba diseñando el velero y le pregunté a mi padre cómo se iba a llamar. Me dijo que Alejandra. ¡Me pareció maravilloso! Para mí era el barco más bonito del mundo. Me gustaba salir a navegar en él”, rememora su hija.
—¿Cómo recuerda su infancia?
—Tuve suerte. Fue muy buena y diversa. Me acuerdo con cariño de los viajes que hacía con mis padres. En EGB, dejé el colegio San Patricio y me fui dos años a Inglaterra a estudiar en el internado Abbot’s Hill [un exclusivo centro en el condado de Hertfordshire]. Pasé de vivir en una casa donde tienes todos los recursos a tener que lavar la ropa, hacer la cama, controlar que nada se me perdiera…
—En el colegio, ¿sabían quién era su padre?
—Cuando volví del Reino Unido y empecé BUP en Nuestra Señora del Recuerdo, sí.
—¿Se sintió especial por ser la hija de Mario Conde?
—La única vez que me pude sentir distinta fue cuando comencé a llevar guardaespaldas en la etapa en la que mi padre era presidente de Banesto. Pero a quien le hacían fotos era a él. Si llegaba a los sitios y lo miraba mucha gente, sí me daba vergüenza, pero yo siempre lo he llevado bien. Nunca me he sentido superior. Cuanta más normalidad, mejor.
Eran tiempos felices. En las antípodas de aquella fría mañana de abril de 2016. “Estaba en mi casa. Vinieron los agentes y fue una sorpresa total. Cuando te dicen un poco por qué te detienen, todavía entiendes menos. Que si formábamos una banda criminal… ¡Desconocía esas acusaciones!
La preocupación fue brutal porque no sabía a lo que me enfrentaba. No me dejaron comunicarme con mi padre y llamé a mi abogado, mi tío, César Albiñana [casado con Verónica Arroyo, hermana de su madre]. Estuve tres días retenida. Fue muy duro. Pensaba que todo recuerdo con tristeza por las circunstancias que lo rodearon”. En efecto, la situación familiar de Alejandra era extremadamente delicada. Su hijo Fernando, que entonces tenía nueve años, estaba muy enfermo. Ella no quiere hablar del tema. A Mario consigo arrancarle unas palabras. “Ese día empezaba un tratamiento médico de mucha importancia”. La salud del nieto mayor del exbanquero, que se sometía a una sesión de radioterapia para paliar una grave enfermedad, terminó de tensar la cuerda. Santiago Pedraz permitió que Alejandra acompañara a su primogénito al hospital y ese mismo día dejó en libertad a su marido, Fernando Guasch, de 46 años, director en España de la entidad portuguesa Caixa Banco de Investimento y nieto del prestigioso abogado Manuel Vega-Penichet.
Alejandra declaró en la Audiencia Nacional tres días más tarde y el juez ordenó su arresto domiciliario por “su situación familiar en relación con un hijo”. “Para mí esa fue la decisión más acertada del mundo. Me pareció muy humana”, expresa Alejandra. Durante dos meses, su casa de la urbanización La Quintaleja, en el Encinar de los Reyes, en Madrid, se convir- tió en su particular cárcel. “Como no podía leer ni estudiar, porque la cabeza la tenía desamueblada, limpiaba todo el rato. También cocinaba. Intentaba estar el mayor tiempo ocupada. Y sobre todo disfrutar de mis hijos [Fernando (de 13), Alejandro (de 10) y Lourdes (de 7)]. No leía nada de lo que se publicaba, porque bastante tenía con sufrirlo y hacer la vida lo más normal posible dentro de mis circunstancias. Los policías venían por la mañana y por la noche para que firmara. Nunca tuve ningún problema. He de decir que todos fueron encantadores”.
En mayo, un mes antes de que la pusieran en libertad tras el pago de una fianza de 200.000 euros, tuvo lugar otro momento agridulce: la comunión de Fernando. “Tengo muchas cosas que agradecer al juez Pedraz, y esta es una. Me dejó ir de paisano, sin guardias de uniforme… Me hizo feliz”, cuenta Conde.
—Alejandra, ¿qué hizo para no hundirse?
—El deporte me ha ayudado mucho. Me he machacado.Era lo que me conseguía parar la mente.
—¿Vivió alguna decepción personal aquellos días?
—Te llevas disgustos, pero también sorpresas. Los amigos de verdad se reafirmaron.
—¿Confió siempre en su padre?
—Sí, siempre. Ya en el calabozo me dijo que no había nada. Yo le creo a él. Cuando intervinieron Banesto, también me contó todo. Entonces me pidió que confiara en él. Y lo hice. Hasta hoy, que sigo confiando. Jamás he dudado.
El 30 de mayo, la Audiencia Nacional confirmó el archivo de la causa contra el ex- banquero, su familia y otros 14 colaboradores. Se consideró probado que los 13,06 millones eran unos fondos depositados en Suiza con an- terioridad a su condena por Banesto y Argentia Trust. “Ese día cantamos y celebramos hasta la una de la madrugada. A la mañana siguiente, me preguntaba: ‘¿Será verdad?’. Mi experiencia con la Justicia no era muy satisfactoria. Esto nos devuelve, no solo a mí, sino a muchos españoles, la confianza”. La Fiscalía Anticorrupción ha insistido en que se inicie una inspección tributaria y en que se sigan investigando las cuentas bancarias de Conde en el extranjero.
—Niega haberse quedado con dinero de Banesto, pero la duda lo acompañará siempre.
—Durante estos 25 años he sido vituperado en los medios. Me he movido por toda España y jamás he tenido el más mínimo problema. Merecería una tesis doctoral por qué después de tanto tiempo recibiendo ataques sin piedad mucha gente no se lo cree y actúa conmigo con cariño.
—Recientemente ha vuelto a aparecer en la prensa como uno de los mayores morosos del país.
—Siempre consideré que se me ha tratado injustamente con respecto a otros. He pagado mucho y estoy a punto de rematar. Esta semana [finales de junio] ya se han abonado otros cinco millones de euros. El saldo que queda no tiene que ver con lo que se ha publicado [12,3 millones de euros].
Conde quiere saldar la deuda con el dinero conseguido en T2014 con la venta de su finca en Ciudad Real, La Salceda, a una empresa de Juan Miguel Villar Mir. Según lo publicado,la transacción fue de 20 millones de euros.
Tras la Operación Fénix, Conde pasó dos meses en el penal de Soto del Real, donde coincidió con Gerardo Díaz Ferrán, expre- sidente de la CEOE, condenado por el caso Marsans. “Se le veía cansado. Llevaba mucho tiempo encerrado”. Conde se levantaba a las cuatro de la mañana, hacía yoga y trabajaba como auxiliar de la biblioteca. Allí leyó por segunda vez El hombre en busca de sentido, de Viktor E. Frankl —“Una obra que te alecciona a vivir en las circunstancias más adversas”— y se dedicó a escribir sus vivencias.
—¿Cómo ha hecho para no perder la cabeza?
—Me ha costado trabajo. Una hora y media de comba diaria, duchas de agua fría, ejercicios de meditación…
—¿Cómo fue el último día en la cárcel?
—Habían puesto una fianza de 300.000 euros, ¡pero no encontrábamos el dinero! Estábamos estigmatizados. Cuando lo tuvimos, pedí traje y corbata y me cambié delante de los presos.
—¿Sigue siendo amigo del rey Juan Carlos?
—Tengo una relación muy íntima con él. Y creo que en los últimos tiempos España ha sido una vez más desagradecida con su majestad. Se quiere olvidar lo que ha hecho por España.
—Se ha dicho que su relación está rota…
—No, al revés, pero cuando estás sometido a procesos judiciales el respeto a la Corona te obliga a decir: “Vamos a esperar”.
—¿Ha sentido su apoyo cuando estaba en prisión?
—Yo estoy seguro de que sí.
—¿Lo ha llamado?
—El rey no puede llamar a la cárcel, pero lo hizo cuando murió Lourdes…
—¿Fue esa la última vez?
—O no, pero da igual.
—En su etapa de Banesto, fue su banquero personal. ¿Qué opina de las declaraciones de Corinna en las que decía ser tes- taferro de una presunta fortuna del monarca en Suiza?
—No tengo la menor idea. No sé nada de eso.
—¿Cree que hay que investigar el patrimonio del rey? —Creo que hay que dejarlo en paz. Es un hombre que ha prestado unos servicios capitales a España. Parece ser que una anécdota de un elefante o un no sé qué con una determinada persona es más importante que lo que ha hecho por este país.
—Se ha escrito sobre su distanciamiento de Juan Abelló…
—Es muy amigo mío, una persona valiosa a la que quiero. Cada uno está en su sitio, pero evidentemente el cariño se nota.
La sesión fotográfica va más rápido de lo esperado. Alejandra, vestida de Chanel, se tumba en el sofá con sus inseparables zapatos de Miguel Palacio. “No me ha quedado otra que montar mis negocios, necesito trabajar para vivir. Siempre he sido independiente. Además de la marca de moda, también me he formado en inmobiliaria. En los momentos que menos te lo esperas, sales adelante”, explica antes del flashback final.
—Tenía 17 años cuando su padre ingresó en prisión. ¿Cómo lo recuerda?
—Lo llevé bien porque no sabía bien lo que estaba pasando. Ayudé a mi madre en todo lo que pude. Hicimos la maleta y le regalé un gorrito de lana. “Es de preso”, le dije en plan de broma para quitarle hierro al asunto. Luego llegó la avalancha. Cada día que pasaba, cada año… Se lleva peor.
—¿Cómo era cuando lo visitaba en Alcalá Meco?
—Llaman mucho la atención los ruidos. Te chocan. Las colas, el abrir y cerrar de puertas, esa poca intimidad…
—El día de su boda tuvo que pedir un permiso. ¿Lo ha echado de menos en otros momentos importantes de su vida? —Tuvimos que cambiar varias veces el día de la boda, pero recuerdo que fue un día feliz. Lo que más pena me da es que no estuviera con mi madre. Ella tuvo que vivir sus últimos años con mi padre en la cárcel. Su muerte ha sido lo más triste que he vivido. Mucho más que el ingreso de mi padre en la cárcel.
—¿Ha necesitado ayuda de psicólogos?
—Cuando se murió mi madre. Mi padre salió de la prisión y, al mes, le detectaron la enfermedad. Fue una mezcla de todo. Ha pasado la tormenta. Mario Conde dice que ahora se dedicará a leer, a estar con amigos y a viajar. “Me marcho a Milán después de mucho tiempo sin coger un avión. No podía salir de España”. En la ciudad italiana cerró la venta de Anti- bióticos por 400 millones de euros. La repatriación de parte de ese dinero desde Suiza ocasionó la detención de su familia. “Somos unos supervientes”, me dice antes de tomarse un Fre- nadol, el que fuera producto estrella de ese laboratorio. Aquella operación, asegura, no fue la gran oportunidad de su vida. “Lo ha sido esta. Demostrar mi inocencia y la de mis hijos”. Está acatarrado y dispuesto a cerrar un círculo.
—¿Y ahora qué?
—¡A vivir!
—¿Cómo le gustaría ser recordado?
—Algunos amigos dicen que soy un trozo vivo de la historia de España. Y es verdad.
*Entrevista publicada en el número de agosto de 2019 de Vanity Fair
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