Blanca tiene en persona esa belleza natural que parece que se respira a su paso. No son solo sus ojos enormes y almendrados. Ni la arquitectura simétrica de su estructura facial. Ni la línea perfecta y desafiante de su arco de cupido, vestido de carmín bajo el velo de Rouge G de Guerlain, la barra de labios de la que es imagen y para la que acaba de diseñar una funda con olas de mar y reminiscencias niponas. De hecho, pesa más en la articulación estética global de su rostro su sonrisa radiante y contagiosa, con cualidades para iluminar por sí misma una autopista en una noche sin Luna.
Que todo sea simple y fácil con ella es un plus que se agradece en tiempos de divismos instantáneos y egomanía fotográfica. Con Blanca todo es tan sencillo como sus trucos para pintarse los labios: “Deslizo la barra y ya. Como los míos son anchos y definidos, no necesito ni delineador ni pincel”. O su planteamiento vital: “Con la tecnología nos perdemos un poco la vida –asegura–. Yo me he sorprendido a mí misma caminando por la calle sin levantar la vista del móvil. Intento ser más consciente de todo lo que me rodea”.
Todo lo que se habla en las redes es volátil, pero lo que dicen de ti se queda contigo».
Porque Blanca Suárez, enorme (que no se nos olvide) en una profesión en la que ha trabajado con los apellidos más ilustres (Almodóvar, Cuerda, De la Iglesia), ha elegido sentirse normal en su propia vida. Cuando te rodea la fama de ser la protagonista de las series de televisión más vistas de nuestro país, y acumulas casi cuatro millones de seguidores en Instagram, puedes acabar dando importancia a cosas, que, en su opinión, no la tienen. “Como todo aquello a lo que puedes tener acceso. Pero ni tú eres tan importante ni lo que haces es vital para nadie”, explica. “Yo quiero vivir en la más absoluta normalidad porque he visto lo contrario en gente con la que me he ido cruzando y sé que no quiero ser así”.
Entre otras cosas, porque la obsesión por la imagen de nuestra sociedad tiene un lado perverso al que ha aprendido a enfrentarse. “Cada vez es más inmediato opinar sobre los demás. Todos participamos, es inevitable. Pero también es volátil y transitorio. Hablan de ti y a los cinco minutos pasan a otra cosa. Pero lo que han dicho se queda contigo”, apunta sobre el brutal escrutinio en las redes sociales. Ella ha tenido que aguantar críticas a su físico que rayan lo absurdo. Porque sí, en tiempos cultura inclusiva, hay gente en internet que le echa en cara que se la ve gorda en unas fotos. O demasiado guapa, que también ha leído quejas en ese sentido. “Puedes participar en la conversación, pero solo hasta cierto punto. Cómo te relaciones en tu casa y con la gente que conoces de siempre: esa es la auténtica persona que eres”.
Lo tiene muy claro. Tanto como esa vocación interpretativa que afloró cuando apenas tenía siete años porque siguió a sus amigos a una escuela de teatro. “Se divertían tanto que quise apuntarme”. Una década después se convertía en protagonista de El Internado e iniciaba una carrera en la que ha alternado por igual cine (acaba de rodar El verano que vivimos) y televisión (estrenó en agosto la cuarta temporada de Las chicas del cable). “La interpretación me ha permitido conocerme mejor. Me he dado cuenta de quién soy a través del trabajo. Para convertirme en otras personas he descubierto aspectos de mí misma que no sabía que existían”, concluye.
Rouge G: su primera incursión en el diseño
Japón tiene un significado muy especial para Blanca Suárez. “La forma en que combinan su arte clásico con una estética moderna me resulta apasionante”, asegura. Por eso se ha convertido en la inspiración de su primera colaboración creativa: ha diseñado personalmente una carcasa para el Rouge G de Guerlain, la barra de labios con fundas intercambiables de la que es embajadora y que asegura que lleva siempre en el bolso (“en versión bálsamo para el día a día y en un rojo intenso para elevar el espíritu”).
La edición limitada, #RougeGbyBlancaSuarez, se llama Nomi, que significa ola, y parte del más famoso grabado de Katsushika Hokusai. “Me impresiona cómo, a través de trazos delicados y sutiles, el artista es capaz de transmitir una fuerza incesante y en constante movimiento”, explica. El mar, su otra pasión, también está presente. “Siempre he creído que, junto con el efecto purificante de la sal, lo limpia todo en un proceso de renovación continuo”, asegura.
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