La tendencia que ha superado a todas desde principios de marzo que comenzó la cuarentena está muy por encima de todas las demás. Durante esta montaña rusa que ha supuesto el confinamiento, muchas nos hemos reconciliado con nuestras casas, independientemente de su tamaño o ubicación y del tiempo que llevemos viviendo en ellas, y hemos aprendido a cuidarla como el refugio que realmente es. Algunas han aprovechado para cambiar la reorientación de los muebles, otras han preferido hacerse con esa pieza con la que llevaban meses soñando y la mayoría han rescatado todos los jarrones, vasijas y demás recipientes vacíos para llenarlos de flores frescas. Lo que es una costumbre habitual en otros países de Europa –ir al mercado o a la floristería y comprar flores es casi un bien tan esencial como el pan o la leche en ciudades como París–, era todavía minoritaria en nuestro país, sin embargo todo apunta que, al igual que nuestra manera de elegir la ropa ha cambiado, también lo hará la forma en que vistamos nuestras casas. En un momento en el pasar largas horas a cubierto era imperativo, las flores se han mantenido como una especie de asidero seguro a la naturaleza –mucho más explosiva que nunca gracias a la escasa intervención humana–, y en un símbolo del triunfo de la vida y el optimismo frente a la incertidumbre. Durante dos meses infinitos no hemos podido ver a nuestros amigos ni a nuestros familares, tampoco pasear por los parques ni salir de excursión el fin de semana, salir al supermercado era toda una aventura y sentarse en un banco a respirar aire puro una quimera, frente a esta falta de libertad –necesaria–, teletrabajar en pijama y pasar las horas en chandal supuso una especie de control sobre el constreñimiento estilístico y comprar flores frescas un revulsivo contra la tristeza.
© Creatividad de Mar Lorenzo, imágenes de Instagram y Getty Images
En este camino hacia la meta del bienestar emocional y durante el que hemos soñado repetidamente con poder bañarnos en el mar o hacer una excursión al monte, la necesidad de introducir pequeñas dosis de naturaleza en nuestro espacio para tratar de reconectar con ella se ha traducido en pequeños paseos hasta las floristerías más cercanas. No importa donde vivas si tu casa tiene más o menos luz o si vives sola o acompañada porque, lo más probable, es que las flores hayan sido fieles aliadas en algunos momentos de esta primavera extraña.
Una vez más, las redes sociales han contribuido a que este fenómeno floral se extendiese como la espuma entre las que más saben de moda, pero también entre las chicas que adoran los vestidos, los leggings y las camisas de flores por encima de cualquier otra tendencia. Desde Gigi Vives a Paula Echevarría, pasando por prescriptoras como Leia Sfez, Jeanette Madsen, Jeanne Damas o Camille Charriere, todas han abierto las puertas de sus salones y de sus dormitorios y se han fotografiado con ropa de estar por casa (y que ahora es “ropa” a secas) rodeadas de flores frescas.
A falta de playas y piscinas, Instagram se ha convertido en testigo gráfico de las excursiones a los mercados de flores y a las pocas tiendas de barrio que continuaron en marcha durante las etapas más estrictas del confinamiento y, durante estos dos meses, pocas son las que han renunciado a la tentación de fotografiarse con un chándal, unas New Balance y un ramo de tulipanes o peonías.
En su defecto, nos encontramos con maravillosas cocinas parisinas, coquetos dormitorios escandinavos y pequeños despachos con chimenea neoyorquinos, todos ellos decorados con gusto exquisito y con flores repartidas, de forma más o menos ordenada, por todas las estancias.
Es casi seguro que el 2020 no será el verano en que estrenes ese vestido de invitada que reservabas para la boda de tu mejor amiga, tampoco el que te compres más bañadores y biquinis que leggings y vestidos holgados, pero ojalá sí se convierta en el verano en el nunca, nunca, nos faltaron las flores frescas en casa.
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