Cristina Zubillaga: habla por primera vez la exnovia de Joaquín Sabina que inspiró ’19 días y 500 noches’

El adjetivo ‘canalla’ va unido a Joaquín”. Y sólo hay un Joaquín que pueda ser definido así: Sabina (71). No lo dice una desconocida para el de Úbeda, lo refleja Ana Belén, una de sus grandes amigas que aparece en el documental Pongamos que hablo de Sabina, que se estrena este domingo en ATRESplayer PREMIUM. A través de tres capítulos y conducido por Iñaki López, los fans del cantante podrán descubrir imágenes inéditas y testimonios de aquellos que acompañaron y acompañan aún hoy al artista. “Joaquín no tiene que demostrar su licenciatura en golferío”, comenta Leiva, uno de sus mejores compañeros de viaje musical y vital en los últimos años. De Sabina se han dicho muchas cosas y son muchos los pecados cometidos que podremos ver en el primer capítulo del documental de Atresmedia.

La fama de mujeriego le precede y no es más que un secreto a voces que el flaco de Úbeda ha vivido apasionados romances en sus más de cuarenta años de trayectoria profesional. Muchas son sus letras dedicadas a las mujeres y muchos los desengaños narrados a través de su música que ya son himnos de varias generaciones. Pero hay una canción que es puro fracaso amoroso y pura venganza sentimental al mismo tiempo. Hablamos de 19 días y 500 noches y de una destinataria que siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta, una mujer que desde el taxi y, haciendo un exceso le tiró dos besos, uno por mejilla. Pero ¿quién esa persona que dejó el corazón en los huesos a Joaquín? Se trata de Cristina Zubillaga y aparece por primera vez en televisión en Pongamos que hablo de Sabina.

La antimodelo que enamoró a Joaquín

Su historia de amor comenzaba a finales de los años 80. Sabina había regresado de su exilio en Londres en 1976 y se había instalado en Madrid, su propio paraíso terrenal. El cantante vivía con la madre de sus hijas, Isabel Oliart. Los años de La Movida, de la libertad y de los excesos se apoderaron de los músicos y cantantes que trataban de hacerse un hueco en el mundillo. Una de esas noches de locura y desenfreno, Joaquín encontró a Cristina. Ella una espectacular modelo, de enormes ojos y melena oscura que vivía en Madrid tras haberse mudado desde su natal Mallorca. “Yo era la antimodelo. Éramos un grupo de amigas modelos que no nos cuidábamos mucho, trasnochábamos mucho… y teníamos un grupo de amiguitos intelectuales, gente del cine…”, cuenta Zubillaga a Iñaki López.

Su encuentro fue casual y, como no podía ser menos, con ‘nocturnidad y alevosía”. “Yo era un poco loquita de noche, me perdía de mis amigas y en una de esas aparecí sola en Amnesia -fue la primera sala after de Madrid- y estaba sola en un rincón tomando una copa. Vi a Joaquín y se acercó porque yo creo que le acosé un poco mirándole y me dijo: ‘¿Quieres tomar una copa?’. Le dije que sí y así siguió todo”, explica. “Yo me iba diez días de casa y no decía dónde, aunque Isabel lo sabía muy bien, yo me iba con Cristina. El caso es que cuando yo volvía, no tenía ni una mala palabra ni un mal modo conmigo”, contó años después el propio Joaquín dando a entender que estando ya con Cristina aún vivía con Isabel.

Si hay algo que la exmodelo destaca de Sabina es su caballerosidad, su manera de tratarla durante el tiempo que estuvieron juntos. Empezó siendo “solo una tía buena” para él, pero un día el cantante descolgó el teléfono y la llamó para decirle que quería algo más con ella. Tanto la quiso que hasta la llevó con él a Cuba y allí se reunieron de madrugada con Fidel Castro, que bromeó con el cantante sobre su seguridad a la hora de conseguir el teléfono de su chica.

El ‘otro confinamiento’ de Sabina

También destaca del cantante su gran generosidad. Algunos de sus amigos más cercanos como El Gran Wyoming, el crítico de cine Carlos Boyero o su biógrafo Javier Menéndez Flores confirman la veracidad de esa leyenda que asegura que medio Madrid tenía la llave de la casa de Sabina. Cualquiera que llamase a su puerta entraba sin presentarse. Y las fiestas en su casa del centro de la capital se convirtieron en algo más que habituales. “Creo que todo empezó por el arresto domiciliario de un mes que vivió Joaquín, algo que no sé si se sabe”, explica entre risas Cristina, “fue una Nochebuena por una fan que le dijo algo y él la golpeó por accidente”. “Yo quería matarlo porque la casa estaba siempre llena. Me levantaba y, de repente, me encontraba con gente que no conocía. Menos mal que siempre he sido muy presumida e iba muy arregladita”, bromea.

La venganza hecha canción

La pasión reinó en la relación amorosa de Joaquín y Cristina pero como todas a las grandes historias de amor, un día le llegó el final. Según contó el propio cantante muchos años después, durante una estancia en Menorca, de repente en una cena, “la chica que yo conocía desapareció, pero desapareció entre la sopa y el postre”. Ahí empezó el principio del fin. Cristina se cansó de esas noches eternas y de que Joaquín no sentara la cabeza, y dos años más tarde dejaron de verse definitivamente. Ella siguió con su vida y él le dedicó una canción que es una gran venganza por dejarle el corazón hecho añicos en lo que fue algo más que "lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”.

El disco 19 días y 500 noches, publicado en 1999, es uno de los más redondos de toda la carrera del de Úbeda. Fue producido por Alejo Estivel (exmiembro de Tequila), culpable también de que Joaquín nos dejara ver su voz rota, como recién salido de ese after en el que conoció a la protagonista de la canción que da título al álbum, sin florituras ni arreglos. Recibió un Premio Ondas a mejor artista y vendió 500.000 copias. Un desamor que se convirtió en uno de los himnos más coreados en los conciertos de Sabina hasta hoy.

Un reencuentro amargo

Joaquín y Cristina tardaron mucho en volver a encontrarse y no fue en una noche de fiesta con el sol asomando por la ventana de un garito sino ante la cama de un hospital. Fue en el año 2001 días después de haber sufrido Sabina una isquemia cerebral que le puso al borde de la muerte. Nada más enterarse, Cristina viajó a Madrid para ir a visitarlo a la clínica en la que estaba ingresado. Consiguió entrar pese a que le pusieron muchas trabas y allí, a los pies de la cama de Joaquín, estuvieron esperando a que abriera los ojos Jimena Coronado (su novia hasta hoy), Isabel Oliart -la madre de sus dos hijas Carmela y Rocío- y la propia Cristina Zubillaga, uno de los grandes amores del cantante. Afortunadamente Sabina los abrió y allí se encontró a tres de las mujeres más importantes de su vida.

Pongamos que hablo… de sus amores y pasiones

El documental de Atresmedia recorre otros pecados (y también sus amores y sus pasiones, como ver OT o los programas del corazón, en los dos siguientes episodios) de Joaquín Sabina de la mano de sus colaboradores (como su inseparable Pancho Varona), amigos íntimos y hasta rostros del mundo de la política tan dispares como Pablo Iglesias o Esperanza Aguirre. Sus ‘gatillazos’ sobre el escenario (perdonados siempre por su público), sus coqueteos continuos con la depresión y material inédito fotográfico (y hasta una canción nunca antes publicada) completan Pongamos que hablo de Sabina, un documental donde descubrir ese lado personal del cantautor que él tanto ha tratado de proteger a lo largo de sus cuatro décadas poniendo letra y música a las vidas de varias generaciones.

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